Ha sido reconocido por muchos investigadores en el mundo que el consumo humano es una clara expresión de la cultura que prevalece entre los miembros de determinado grupo. Esta realidad es más evidente cuando se trata de la cultura regional en la que se comparten valores, creencias, costumbres y hábitos de consumo comunes heredados de generaciones anteriores que sirven como guía de comportamiento.
Bajo esta perspectiva, hemos detectado en Colombia la existencia de al menos siete tipos de productos en los que se evidencia la cultura regional en su consumo: la comida, el licor, los juegos de azar, el deporte, la música, el folclor, el baile.
Para nadie es un secreto la forma como nuestro paladar se acostumbra a degustar los platos típicos que disfrutamos a donde quiera que vayamos; los exigimos, nos emocionamos al ingerirlos. El licor, -en el caso colombiano, aguardiente y ron- es mucho más consumido en las regiones donde éste es producido; celebramos con ellos, nos embriagamos. Las loterías preferidas son las del lugar donde hemos nacido; compramos sus billetes, sus fracciones. El equipo deportivo por el que nos apasionamos es el que representa nuestra región; usamos sus símbolos, sufrimos cuando pierden, nos emocionamos cuando ganan. La música que nos deleita y hasta nos hace llorar es aquella cuyas ritmos y letras reflejan nuestra realidad social; aprendemos a tararear las canciones que hemos aprendido en la casa o en el colegio, las repetimos, se nos eriza la piel cuando la escuchamos y más cuando estamos lejos del terruño. Las fiestas folclóricas que estimulan nuestras pasiones son las que hemos heredado por tradición y celebramos cada año, nos vestimos con trajes típicos, asistimos a los eventos programados con motivo de su celebración. El baile lo aprendemos a ejecutar desde nuestra infancia por el influjo de padres y maestros; sabemos cómo hacerlo, en qué momento y bajo qué circunstancias.
El consumo de este tipo de productos fortalece la identidad cultural a nivel regional. Al entender la región no solo como un espacio físico donde habitan diferentes grupos poblacionales, sino como un conjunto de simbolismos compartidos por personas que no necesariamente viven en un mismo espacio geográfico, este tipo de consumo va más allá de las fronteras de un territorio. Toca a los habitantes que viven en otra ciudad, en otra región, en otro país,
Con este consumo se refuerza la identidad cultural, facilitándole a unos y a otros pasar de lo individual a lo colectivo, sentirse parte de un conglomerado no importa qué tan lejos se esté, ser diferentes a otros pero parecidos también a algunos semejantes.
Esta identificación cultural lleva a que emblemas, símbolos, lugares, banderas, e himnos regionales sirvan de referente para diseñar estrategias y programas de marketing a diario implementadas a lo largo y ancho del país. Bajo esta premisa, las empresas han aprendido a estimular esta “conciencia de grupo” recurriendo a simbologías que por ser compartidas por muchos son de buen recibo y en consecuencia su impacto en los ciudadanos en su rol de consumidores, es bastante significativo.
ALFILER: Es inverosímil lo que sucede en nuestra macondiana realidad. Ya ni ira producen tantas absurdas situaciones como las que a diariamente tenemos que soportar; tampoco desconsuelo. Parece que es mejor reir en medio de la indignación nacional. Es increíble lo que vivimos cada día por cuenta de nuestra clase política. Ya no importan ni los méritos académicos ni los esfuerzos que hace buena parte de la población para acceder a las altas dignidades del Estado. Basta solo hacer parte de un grupo político para transformarse en alguien de gran trascendencia nacional, mintiendo por doquier. Y lo peor, convertirse en alcalde, presidente del Senado y hasta presidente de la República. Todos ellos fabricando mentiras en sus hojas de vida y sin que nada les pase. ¡Qué cosas!
http://dontamalio.com
Instagram: dagobertoparamo
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