Una muestra más de la expresión del marketing a la colombiana lo constituye el proceso de reducción del tamaño de la presentación de buena parte de los productos de consumo masivo. Esta miniaturización que se percibe de forma contundente en los estratos populares, va en contravía de las tendencias universales de agrandar las presentaciones bajo diferentes teorías y experiencias foráneas con las que se ha pretendido estandarizar las decisiones estratégicas del marketing.
Una de ellas se refiere a la sensación de tener producto de sobra, lo cual genera cierto tipo de desperdicio en su uso sobre todo en aquellos bienes de consumo diario. Otro supuesto está relacionado con el espacio físico que ocupan este tipo de envases que llevan a que sus consumidores se decidan acabar su contenido lo más rápido posible para liberar áreas en los estantes donde son colocados. Argumentos que por más ciertos que sean no son suficientes para que de forma mecánica sean transplantados a nuestras propias circunstancias sin considerar las particularidades de cada segmento de mercado, como se ha querido hacer ver.
No obstante la contundencia de estas teorías válidas para otros entornos y para ciertos estratos socioeconómicos, en Colombia muchas empresas han logrado comprender, afortunadamente, el valor que nuestra terca realidad impone por encima de las pretendidas corrientes extranjeras de último grito y de última moda. De esta manera, es posible encontrar casi todo tipo de productos que desde la fábrica son empacados en diminutas presentaciones con precios al alcance de la mayor parte de la población colombiana: champú, caldos concentrados, jugos de frutas, cremas dentales, desodorantes, pastas de jabón, leche, mantequilla, entre otros.
Y si estas empresas se han visto obligadas a escuchar esta voz del mercado que reclama una clara adaptación de sus decisiones estratégicas, no ha sido menos para quienes desde su posición de ser el último eslabón de la cadena de distribución sostienen contacto permanente con los consumidores finales.
En este sentido, los expendedores de ventas al detal, sobre todo los tenderos, han tenido que reproducir con mayor intensidad aquellas viejas prácticas de comprar en grandes volúmenes para convertirlos en pequeñas presentaciones como lo hacían sus antecesores. De esta forma, es posible adquirir en las tiendas productos transformados en la más mínima expresión en su tamaño; siempre en función de las condiciones económicas de los nichos de mercado que cotidianamente atienden.
Se encuentra entonces el tomate vendido en unidades incluso en sus mitades, cebolla en sus tallos casi listas para el guiso, cucharadas de aceite depositadas directamente en las ollas donde algunas amas de casa van a preparar sus diferentes alimentos, la yuca partida en pequeños trozos con los cuales apenas se le da sabor a la sopa, las papas también vendidas ya no por libras sino por unidades y de acuerdo con su tamaño, el ají en pequeñas porciones, el arroz en presentaciones de cuartos de libra y hasta en onzas, la manteca también por onzas, las gaseosas empacadas en bolsas plásticas como en ninguna parte del mundo, la carne reducida casi a fragmentos, los jabones en barra para lavar la ropa convertidos en pequeños jaboncitos, el detergente en polvo empaquetado en bolsas plásticas con contenidos inimaginables, el ajo en pequeñas papeletas, el color, la panela.
En fin, toda una feria de reducidas presentaciones que asustaría a cualquier experimentado “estratega” de marketing sobre todo porque curiosamente casi todos los precios se han establecido en una suma única: 100 pesos, con la que sin duda se han facilitado los diferentes tipos de intercambio llevados a cabo. De esa manera, se escucha a amas de casa y a compradores en las tiendas: “véndame 100 pesos de tomate”, “100 pesos de cebolla”, “100 pesos de color”, “100 pesos de aceite”, “100 pesos de manteca”, “100 pesos de ají”. En fin, un lenguaje de negocios que para muchos puede sonar extraño y hasta ridículo pero que al contrario de sus equivocadas concepciones, refleja con fidelidad lo que a diario se vive en un elevado porcentaje de las familias colombianas.
Con esta práctica cotidiana de los negocios en Colombia, podría afirmarse sin duda alguna que las empresas (fabricantes, distribuidores al detal) deben aprender a miniaturizar sus presentaciones o estarán condenadas a desaparecer al menos en los niveles más bajos de la población colombiana. Miniaturizar o morir, podría ser el eje de su estrategia de marketing.
ALFILER: En definitiva Colombia es un país de inmensas e incomprensibles paradojas. Mientras muchos colombianos lloraron la pérdida del partido de la Selección Colombia frente a Inglaterra y con ello no haber pasado a los cuartos de final del campeonato de fútbol en Rusia, casi nadie se inmuta por la gran cantidad de líderes sociales asesinados en las últimas semanas. Pero lo más doloroso, es que hay un minúsculo grupo de compatriotas que pareciera alegrarse por los aleves homicidios cometidos. Al menos, eso es lo que se puede deducir de la lectura de algunos mensajes que se leen en las redes sociales virtuales. ¿Qué nos pasa?
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