¿Hasta cuándo los miembros de la desprestigiada clase política colombiana podrán entender la verdadera dimensión que tiene el marketing político y electoral en el ejercicio de sus responsabilidades públicas? ¿Será que llegará el día en que estos “prohombres” comprendan el verdadero efecto que tienen sus decisiones presentes sobre su futuro como producto personal y profesional? ¿Será que no se cansan de prometer lo inalcanzable para cautivar incautos y después maquillar sus incumplimientos con supuestas ejecutorias que solo sus áulicos reconocen? ¿Llegará el día en que dejen de embaucar a tanta ingenua audiencia con sus peroratas llenas de ilusiones y miedos para llegar a los cargos de representación y dedicarse a defender sus propios intereses y los de todos sus amigos? ¿Tendrán un mínimo de conciencia ciudadana para darse cuenta de los terribles desencantos que produce en el alma colectiva estos engaños que han aprendido a enmascarar de forma magistral masificándolos a través de los medios que los favorecen?
Duele expresarse así de nuestros “ilustres coterráneos” pero es imposible contener la rabia y la frustración que producen los terribles sucesos que se están destapando en los últimos tiempos. No que hay que hacer demasiados esfuerzos para encontrar personajes de esta condición regados como hierba mala a lo largo y ancho del país. Una rápida mirada a cualquier lado es suficiente para descubrir, aún con asombro aunque muchos no lo crean, los miles de funcionarios y políticos de todo orden involucrados en algún tipo de escándalo.
Cuando no se les han abierto procesos judiciales a causa de la comisión de delitos de toda índole, se hallan privados de la libertad “purgando condenas” –mansión por cárcel, casas fiscales-, con actitudes tan deplorables que harían sonrojar al más decente de los mortales. Ni siquiera un soplo de arrepentimiento pareciera correrles por sus venas a juzgar por la posición que han asumido al declararse perseguidos políticos por sus contradictores, enemigos o incluso por el mismo Estado al que han pelechado durante toda su existencia.
¿Será que saben de los inmensos beneficios que trae consigo para el conjunto de la sociedad la práctica rigurosa y consciente de los fundamentos del marketing social en su expresión del marketing político y electoral? ¿Entenderán que al ayudar a resolver la enorme problemática social de sus electores satisfaciendo sus necesidades básicas más apremiantes, no solo contribuyen al mejoramiento de sus condiciones sociales de vida sino que además logran una sociedad más igualitaria y con menos tendencia a la violencia y a la inseguridad como la que nos carcome?
Al parecer no lo saben, lo cual es grave; pero, es aún peor si, sabiéndolo, poco les importa. ¡Cuánto diéramos algunos para que sus compradores de promesas (los votantes) no se transformaran en sus clientes (votantes que repiten) y les permitieran seguir repitiendo el mismo cuento que nos vienen echando desde hace más de dos siglos a nombre del pueblo que dicen defender!
Los niveles de descaro al que han llegado no tiene parangón alguno. Basta ver la inmensa cantidad de políticos enredados en prácticas clientelistas y corruptelas de todo pelambre. ¡Qué poca sensibilidad social y humana han demostrado! Sus intereses personales y familiares los han rebasado por mucho. Los sueños colectivos de la sociedad a la que se deben los han dejado de lado, si es que alguna vez los han tenido. Lástima que en nuestro país ni siquiera la condena social sirva para que estos personajes tomen conciencia de los dañinos efectos que sus conductas tienen en la esperanza social.
Produce indignación y rabia, por supuesto. Pero da más tristeza intuir que estas palabras se las va a llevar el viento como briznas de rocío. A pesar de ello, no nos cansaremos de elevar nuestra sencilla e insobornable voz. No hay derecho.
ALFILER: Cuesta trabajo aceptar que ocupamos el primer lugar en desplazamiento forzado en el mundo entero y que somos el tercer país más desigual del planeta (superando tan solo a Angola y Haití). Es deprimente y frustrante. Lo terrible no es saberlo, lo más triste es que no se vislumbran decisiones encaminadas a reducir tamaña inequidad social y humana. A nuestros gobernantes y dirigentes políticos pareciera no interesarles esta desgarradora situación que millones de colombianos soportan con pocas esperanzas de salir. Pero lo más trágico es comprobar que grandes capas de la población siguen eligiendo a quienes han sido sus propios verdugos. ¡Cuánto nos duele Colombia!
Instagram: dagobertoparamo
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