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EL MIEDO COMO PRODUCTO ELECTORAL. Dagoberto Páramo Morales




Como lo hemos venido pregonando en este espacio de reflexión, uno de los componentes del producto electoral tiene que ver con las promesas que el candidato desde un partido u organización política hace como elemento esencial pensado para cautivar a sus potenciales electores.
El caso colombiano, similar al de algunos países latinoamericanos, merece una reflexión especial, dadas las características de los contenidos electorales promovidos con ocasión de los múltiples comicios electorales desarrollados.
Desde que tenemos memoria, los políticos más tradicionales han recurrido a asustar a la población exacerbando su discurso de amedrentamiento en tiempos electorales. Desde inventarse historias de “lobos feroces” que acabarán con toda la institucionalidad, hasta fungir de prestidigitadores de los negros tiempos que nos esperan si se elige alguna opción política que atente contra sus privilegios acumulados a través de sus familias y los intereses de sus amigos.
Nuestra historia está plagada de casos en los que el miedo, como argumento de campaña, nos ha amedrantado. Así ha sido desde que elegimos candidatos y partidos políticos para que nos representen en las corporaciones públicas. Todo ha sido amenazas y más amenazas. Desde la época en la que el llamado “chispero de la revolución”, José María Carbonell, -fusilado por Pablo Morillo- incitó a un verdadero cambio convocando al pueblo granadino con ocasión del “grito de independencia” el 20 de julio de 1810, hasta los más recientes bandoleros han servido para asustar a la población (Guadalupe Salcedo, Desquite, Sangrenegra, Chispas, Efraín González), pasando por Pablo Escobar, los hermanos Rodríguez Orejuela, las FARC, el M19, el ELN y, toda suerte de “peligros sociales” que han amenazado con romper la “institucionalidad”.
No hay duda que el discurso esgrimido por las capas más privilegiadas de la sociedad, por estridente y aparentemente realista, ha logrado impactar a grandes capas de la población para que a través de sus votos los favorezcan de manera inequívoca. Nos han asustado con el “coco” de tal manera que hemos elegido a quienes se nos han presentado como los únicos “salvadores” que supuestamente nos protegerían de esas apocalípticas amenazas. Así, hemos alimentado caudillismos que, a juzgar por las condiciones que actualmente vivimos, en nada han contribuido a resolver la gran problemática que a lo largo de nuestra historia hemos vivido: la pobreza y la marginación social. O, ¿cómo nos explican que Colombia sea la tercera sociedad más desigual del mundo superando solo a Angola y Haití?
Estimular el miedo como estrategia de arma política no ha sido una excepción en los comicios electorales de los últimos cincuenta años. Como sabemos, durante varias décadas nos  amedrantaron con las Farc, como las únicas culpables de nuestras desgracias como nación. Ellas siempre fueron las “responsables” de la miseria que hemos vivido, mientras los políticos de siempre no solo se enquistaron en el poder, sino que aprovecharon para llevar a cabo las más descaradas prácticas de corrupción de las que se tenga memoria.
El discurso de quienes arman cada tinglado durante las campañas políticas, sobre todo las de quienes buscan seguir protegiendo sus privilegios, se ha venido adaptando a los vientos de cambio que los tiempos modernos han traído consigo. Ahora como ya no existen las Farc, como organización guerrillera, la amenaza se ha erigido sobre los gobiernos de los países vecinos que han cambiado de orientación ideológica y política. Y más allá de los fracasos o aciertos –depende desde donde se analicen sus ejecutorias-, es ahora el “castrochavismo” (una suerte de quiromancia política) con las que se nos ha querido coartar nuestra capacidad de pensar de forma libre y autónoma para buscar otros horizontes políticos que reduzcan la inequidad y la injusticia social.
Se ha apelado de forma tan desvergonzada a las dificultades que vive la sociedad venezolana, que hasta parece que algunos candidatos estuvieran luchando por la presidencia del vecino país y no por la del nuestro. Es claro que sea así porque de lo que se trata no es de encontrar argumentos que persuadan a las grandes masas de votantes en el país, sino de recurrir de forma selectiva al miedo como base de su “discurso de ideas” y de “sensatas” propuestas de solución a los ingentes problemas que como país hemos venido padeciendo en los últimos tiempos.
Curiosa forma de seguirnos amenazando, sobre todo porque en ese mismo “costal” no incluyen a Ecuador, donde los cambios a favor de la gran mayoría de la población son más que evidentes, son contundentes. Argumentos acomodados y de pura conveniencia política, claro está.
Lástima que estos políticos no sepan medir las consecuencias que trae tanta amenaza acumulada en la conciencia nacional. Ojala que ese miedo tan metido en la idiosincrasia colombiana no sea la catapulta para que grandes masas de la población frustradas porque ha ganado alguno de los peligrosos candidatos contrincantes, no se desquicie y forme una masa amorfa de odio y resentimiento. Ese es el peligro de jugar con candela. El miedo es una de las emociones más poderosas y de menor control cuando se desemboca entre millones de seres humanos.
Ojalá nos demos cuenta que con el miedo como producto electoral solo se pretende que borremos de nuestra mente y de nuestras conciencias tanto acto de corrupción e impunidad como el que el acuerdo con las Farc nos ha permitido descubrir. No más miedo a lo que vendrá. La historia nos ha mostrado, hasta la saciedad, que lo que hasta ahora hemos tenido no han sido más que gobiernos que en nada han contribuido a mejorar las condiciones de bienestar de la mayoría de la población colombiana. El producto electoral colombiano hoy tiene varios matices y en nosotros está escoger con conciencia aquel que más creamos que nos ayuda a resolver las dificultades que como país estamos experimentando.

ALFILER: ¡Cuán insensible nos hemos vuelto! La situación de Hidroituango no tiene nombre. La angustia y el desespero por no saber lo que va a suceder tiene a los habitantes de la zona al borde del desplazamiento y el destierro, de perderlo todo, de salir huyendo dejándolo todo. Es increible la capacidad que tienen los gobernantes colombianos para acumular desaciertos y dudosas prácticas gerenciales y técnicas, sin asumir responsabilidad alguna. Y lo peor, como estamos en tiempos de campaña, entonces nadie puede hablar de ellos dizque por atacar a las instituciones. ¡Qué argumento más baladí! ¿Hasta cuándo soportaremos tanta irresponsabilidad política y tanta corruptela? Los ejemplos ya no son aislados, pululan a lo largo de la geografía nacional.


Instagram: dagobertoparamo

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