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ECOS ELECTORALES Y ESPERANZA EN COLOMBIA. Dagoberto Páramo Morales



Pasado el primer obstáculo en la zozobrante carrera por alcanzar la presidencia del país, son varias las enseñanzas que desde el marketing electoral y político pueden extraerse.
No hay duda que Colombia es un país cuyos ciudadanos tienen una clara tendencia a la derecha –incluso a la extrema derecha-, desdeñando las tragedias humanitarias producidas por esas mismas colectividades políticas y sus más connotados mentores. No es fácilmente digerible saber que un candidato inexperto en el manejo de la cosa pública se encuentra ad portas de convertirse en el próximo mandatario de los colombianos, tan solo por ser el ungido de Álvaro Uribe, no obstante la gran cantidad de procesos judiciales que el expresidente lleva a cuestas; todos ellos sin aclararse y sin esperanza que se resuelvan jurídicamente. Asombra cómo una significativa masa de ciudadanos decide votar por esa opción política impelidos tan solo por un sentimiento de miedo y horror que les produjo y les sigue produciendo el candidato de izquierda. Los fantasmas siguen persiguiendo sus sueños de bienestar amenazados por el miedo que les ha metido a lo largo de nuestra historia nacional. El “coco” que todo lo arrasaría. Incomprensible cómo se “olvida” el desastre económico y humanitario que vivimos como resultado de los sucesivos gobiernos que nos han llevado a ser el tercer país de mayor desigualdad en el mundo (superando solo a Angola y a Haití). Simplemente sorprendente.
Destacable también es la debacle electoral y política que sufrió el más arrogante de los candidatos: Vargas Lleras. Pareciera que el delfín de la tradicional familia que ha gobernado al país en múltiples momentos de la historia, no alcanzó a darse cuenta –o no pudo darse cuenta- de los aires de cambio que el escenario político ha tenido en los últimos tiempos. Su prepotencia no tuvo límites. Fue de tal naturaleza que no solo pretendió engañar al electorado presentándose con millones de firmas, como si fuera un candidato independiente de las maquinarias y las grandes casas de electores que el país tiene en cada región, sino que después trató con desprecio no solo a sus potenciales electores sino hasta los periodistas a quienes siempre miró por encima del hombro y con la jactancia del potrillo ganador. Qué duro golpe.
Es triste ver también las lánguidas votaciones que obtuvo un candidato como De la Calle, a quien el país tanto le debe en términos del acuerdo de paz firmado con las FARC. Ver su rostro demacrado y compungido es verdaderamente frustrante. Pareciera que nuestros ciudadanos son más desagradecidos de lo que él mismo pudo llegar a pensar. No haber alcanzado ni siquiera el umbral -4%- no solo es desmoralizante, sino que demuestra una vez más la innegable pérdida de peso que han venido teniendo los tradicionales partidos políticos en la conciencia nacional. A pesar de verse como el más ecuánime, el de mayor sensatez, y el de gran experiencia, el castigo en las urnas fue tan contundente que, como ya lo declaró él mismo, fue su última participación electoral. Desconsolante.
El contrastante y esperanzador rayo de cambio se produjo por el lado del denominado voto de opinión. La enorme cantidad de ciudadanos –fueron mayoría- que decidió apoyar las opciones que se presentaron como opositores al anquilosado sistema económico, político y burocrático del país, alientan los ánimos y devuelven la confianza a la gran mayoría de la población con tantas necesidades enquistadas en su vida cotidiana. Consuela saber que existe una buena parte del país que despierta, no con la velocidad esperada, pero sí con los deseos de sacudirse de la exclusión, la inequidad y la innegable desigualdad social que como país hemos experimentado en los últimos años. Esperanzador.
Sin embargo, en medio de esa luz de cambio que busca iluminar un nuevo horizonte del país, surgen las preocupaciones de siempre: el verdadero desprendimiento que puedan tener los egos de los dirigentes, en función de una causa mayor y de gran impacto futuro. ¿Qué tanto los impulsores de este cambio tendrán el valor civil y el arrojo político de continuar impulsando lo que con mucho ahínco dijeron defender en la primera vuelta? ¿Serán capaces de quedarse mirando el circo en el que los dos candidatos se despedazarán por obtener la mayoría que los unja como ganadores y futuros conductores de las riendas del país? ¿Preferirán estos dirigentes la comodidad de “dejar libres” a sus electores con el manido argumento de la libertad que tiene cada quien de escoger su propia opción? ¿Arriesgarán su capital político con tal de no “contaminarse” de ideologías extremas para seguir trabajando por un mañana diferente? ¿Serán capaces de poner por encima de sus propios intereses los de una nación entera que clama drásticos cambios en su dinámica diaria? ¿Permitirán con su tibieza política que una opción de extrema derecha que ya nos gobernó con todo tipo de artimañas y quiebres jurídicos y políticos regrese al poder?
Ojalá que estos dirigentes que se autodenominaron a lo largo de toda la campaña de la primera vuelta como “agentes de cambio”, sean consecuentes con lo que desde sus discursos y su accionar político proclamaron a los cuatro vientos. Más triste sería que constatáramos que sus palabras eran tan solo un discurso con el cual querían “ganar ellos” y no el país. Esperemos que sus dirigentes se inscriban en la historia como los que ayudaron a gestar una nueva esperanza y no como los sepultureros de un país que se resiste a devolverse varias décadas atrás. Soñemos.


ALFILER: Definitivamente este es un país de privilegios y componendas al más alto nivel. La corrupción nos va a tragar enteros, sin deglutirnos. Basta con “aceptar cargos” para que los grandes ladrones de “cuello blanco”, obtengan todo tipo de beneficios que les otorgan las leyes. El dinero que devuelven no porque quieran, sino porque se les ha comprobado sus delitos, no solo es risible, sino es un insulto a la imaginación. Mientras algunos se enferman “gravamente” –de depresión, por ejemplo-, o resultan ser abnegadas madres cabeza de familia, o simplemente, pertenecen a una casta política, se les otorga la “casa por cárcel”, para que no sufran las inclemencias de una detención. El último caso es tan escandaloso como todos: El esposo de Cielo González –exgobernadora del Huila-, acusado de corrupción por más de 32 mil millones de pesos, “devolvió” un poco más de dos mil millones y obtuvo “mansión por cárcel”. ¡Qué cosas!

Instagram: dagobertoparamo

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