El mercado
colombiano de las ventas al detal sigue en una particular ebullición cuyas
consecuencias futuras pocos especialistas serios se atreven a pronosticar. El
debate, aunque poco abordado con rigurosidad y profundidad académicas, ha
venido enfrentando a quienes atosigados por la modernidad preconizan con
vehemencia la “inevitable” presencia
de las denominadas grandes superficies y a quienes apegados a la tradición
defienden a las tiendas como el canal de distribución más cercano a la
población.
De uno y
otro lado existen evidencias que no se pueden soslayar por cuenta de insulsas
teorías que en nada se ajustan a nuestra propia realidad, aunque ello no impide
hacer algunas reflexiones y análisis. Por un lado, es innegable la creciente
presencia de construcciones que superan los diez mil metros cuadrados de
espacio de exhibición que han convocado a parte de la población. La inversión
nacional e internacional se ha traducido en modernos y funcionales centros
comerciales que deslumbran a propios y a extraños. El impacto visual de las
grandes vitrinas ha llevado a que algunas personas recorran y deleiten estos
espacios comerciales en busca de novedosos bienes y servicios que les satisfagan
así sea solo por cuenta de su propia curiosidad. A través de estos monumentos
del consumo se han conocido y consumido –por ciertos estratos- marcas de
renombre internacional. Estas “catedrales
del consumo” han sido convertidas en algunos casos en sitios de esparcimiento
y vida social, donde cada cierto tiempo sus visitantes se encuentran entre amigos
y conocidos.
Tampoco es
menos cierto, por otro lado, que a pesar de los negros nubarrones que a
principios de la década de los años noventa se cernían respecto a la
supervivencia de las tiendas de barrio, éstas se mantienen en mejores
condiciones de lo que muchos imaginaron. Si bien es cierto durante los primeros
años de apertura el impacto económico y social sobre las tiendas fue bastante
fuerte, hoy la dinámica del mercado las ha mantenido. Más que percibirse una clara
tendencia a su desaparición son pocos los que se atreverían a asegurarlo sin
temor a equivocarse en materia grave. El canal T a T (tienda a tienda) ha
ganado un gran espacio comercial. Muchas de las grandes empresas han aprendido
a miniaturizar la presentación de sus productos a fin de atender las capas de
la población menos favorecidas. Incluso algunas empresas de servicios están
pensando en hacer sus recaudos a través de ellas. Desde lo social, su peso es
innegable. Su presencia en la vida comunal y barrial es conocida por todos. En
muchos casos, es una suerte de club social donde amigos y familiares se reúnen
para departir y contarse sus cuitas.
Ante esta
compleja realidad se imponen algunas reflexiones sobre las nuevas inversiones
que se siguen realizando en los grandes almacenes tanto en las principales
ciudades como en las intermedias: ¿Qué tanto los consumidores están dispuestos
a dejar sus ancestrales sitios de compra para desplazar su consumo permanente a
estas inmensas moles de cemento? ¿Los consumidores tradicionales se
acostumbrarán al impersonal trato que reciben en los grandes supermercados? ¿Soportarán
que se le exijan tantos requisitos para obtener crédito alguno cuando en las
tiendas solo les fían porque confían en su palabra? ¿Dejarán de pedir la “rebajita”? ¿No volverán a exigir la
ñapa? ¿Realmente este mercado está
creciendo al ritmo que algunos aseguran sin evidencia alguna? ¿O lo que sucede
más bien es que la participación de mercados se está redistribuyendo en
términos reales? ¿Los estudios de mercado realizados han abordado los rituales
de compra?, ¿Los aspectos culturales han sido considerados? ¿Estas
multimillonarias inversiones se están haciendo sobre la base de los grandes agregados
macroeconómicos que siguen dando cabida a miles y miles de metros cuadrados de
construcción? ¿Se habrán tenido en cuenta los verdaderos niveles de ingresos
discrecionales que tiene la mayor parte de la población colombiana?
Ojalá que
algunos de estos y otros cuestionamientos pudieran llegar a los escritorios de
los grandes inversionistas antes de seguirse aventurando por las escabrosas
aguas de un mercado cada vez más complejo e incomprendido. Con ello podríamos evitar
que se continúe creyendo ciegamente en cifras que por obedecer a grandes promedios
estadísticos no dejan ver el verdadero fenómeno de consumo en Colombia, cuyas características
únicas e irrepetibles, contradicen las tendencias de otras latitudes donde las
grandes superficies arrasaron con las tiendas tradicionales. La historia de las
tiendas tradicionales nos dan pistas de su trascendencia en la vida nacional y
en consecuencia de su conservación en los próximos años. No han sido pocos los
ataques que ha recibido desde diferentes orillas económicas, políticas y
empresariales. Y ellas siguen ahí.
ALFILER:
Ojala que muchos de los políticos que desesperados buscan votos en las próximas
elecciones presidenciales, sean capaces de asumir las responsabilidades que
conlleva el usar el miedo como “argumento” para vencer a los contricantes.
Ojalá que tengan el valor civil de asumir lo que pueda venir después de los
inmediatos comicios electorales. La historia de nuestros interminables conflictos
armados muestra que su surgimiento ha estado precedido de intensas campañas
basadas en el miedo como “motivador”
del voto. Soñamos con que los debates que se avecinan estén llenas de
contenidos y no de ataques y descalificaciones de los adversarios. Pero sobre
todo, soñamos que los colombianos votemos por las ideas que cada uno de ellos
exponga, y no tan solo por el miedo que uno u otro candidato enarbole como eje
central de su propia campaña.
Instagram:
dagobertoparamo
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