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CAMBIO SOCIAL Y MARKETING. Dagoberto Páramo Morales


Uno de los temas que más ha sido discutido a lo largo de la historia del marketing ha sido el de la incidencia de éste en la vida de los miembros de una sociedad. Unos lo atacan de forma abierta y directa debido a la supuesta todopoderosa influencia que las estrategias y los programas de marketing tienen en la mente y el espíritu de los ciudadanos. Otros lo defienden a ultranza argumentando que su éxito depende exclusivamente del grado en el cual tales estrategias y programas reflejen y reproduzcan en sus ofertas las condiciones propias de la sociedad en la que se inscribe su acción.
Sin embargo, más allá de estas querellas con tintes ideológicos e incluso políticos, lo cierto es que la presencia del marketing en la cotidianidad de las sociedades contemporáneas es innegable siendo utilizado en los sectores jamás imaginados en el pasado reciente. De esta manera el marketing ha jugado un papel fundamental en la formación de la conciencia ciudadana en muchas partes del mundo. Recurriendo a sus más refinadas técnicas de persuasión ha logrado contribuir al cambio social que la construcción de una sociedad civil armónica, justa y equilibrada exige. Para ello ha recurrido a tres premisas básicas sobre las cuales se han estructurado los planes de mercadeo social en los que se han promovido las ideas sociales –o causas sociales- que le convienen al conjunto de determinada sociedad.
En primer lugar, todas las decisiones tomadas han estado siempre sustentadas en rigurosos estudios de mercado dirigidos a comprender –no solo a describir- las razones ocultas que se han interpuesto en el avance de cada programa social. En segundo lugar, todos los programas han sido concebidos con un horizonte de largo plazo dado que los hábitos negativos casi nunca se modifican de manera inmediata a pesar de la amenaza y la represión impuestas por gobernantes inexpertos e impulsivos. Y en tercer lugar, se ha dispuesto de toda la infraestructura necesaria para que cada ciudadano vaya aprendiendo a manejarse bajo los nuevos parámetros de conducta que se le son presentados a través de una inmensa gama de medios de comunicación al alcance.
Es a la luz de esta perspectiva experimentada en otras latitudes y suficientemente argumentada en los textos clásicos del marketing social, como podría entenderse, en parte, las razones por las cuales los ciudadanos que habitamos en este gran país no hemos sido capaces de transformarnos en consumidores de las positivas y constantes ideas de cambio social que desde diferentes entes gubernamentales y estatales se nos han propuesto con bombos y platillos.
En este sentido es fácil percibir, por un lado, el exagerado nivel de improvisación de las “inteligentes” decisiones tomadas por algunas “brillantes” funcionarios a quienes se les ocurren las más estrambóticas acciones, sin otro argumento más que el del insulso “interés colectivo”. Que se sepa no existen estudios serios, con la debida rigurosidad intelectual, con los cuales se haya profundizado sobre ese imaginario colectivo que todos llevamos dentro  y que aprendimos a cargar desde nuestra propia infancia. Todo parece haber sido sacado del cubilete de un mago quien por haber sido nombrado en un puesto público cree tener la verdad revelada contra la cual no vale el más sólido y racional de los argumentos posibles.
Por otro lado, se aprecia un incomprensible afán porque todo cambie de la “noche a la mañana”, sin una adecuada comprensión de las realidades humanas en las que como se sabe predominan los hábitos negativos y en las que no tenemos suficiente conciencia ciudadana del impacto que tiene para todos un cambio en nuestro propio comportamiento. Se “planean” y ejecutan grandiosas “campañas cívicas” que aunque con buenos propósitos poco o nada han logrado impactar nuestras renuentes conductas.
Finalmente y ello es más grave aún, no se destinan los recursos para crear las condiciones ambientales y de infraestructura para que como ciudadanos podamos adoptar los cambios que se nos demandan desde diferentes esquinas de la sociedad. Ello lleva a que todo el esfuerzo institucional desplegado sea derrochado y las “buenas intenciones” no pasen de ser meras ilusiones, en una suerte de arrebato momentáneo que no pasa de un discurso, de una entrevista televisada, de una promesa registrada en un programa electoral, de una partida presupuestal malgastada, de una “impactante” gestión de gobierno.
Ante los ejemplos que abundan a lo largo y ancho del país, valdría la pena que todos reflexionáramos con un alto sentido del deber colectivo. Ojalá que entre todos pudiéramos darle un rumbo distinto a este maltratado país, orientando nuestras decisiones ciudadanss en función de toda la sociedad y no de nuestros intereses personales. El marketing social no es el “remedio infalible” de todos los males que vivimos, pero su concepción y ejecución podría ayudarnos a salir de este atolladero social en el que nos hemos venido hundiendo desde hace ya varias décadas.

ALFILER: Es increible la forma en la que se siguen comprando votos a lo largo y ancho del país. Las modalidades delictuales parecen no tener fin. Se acostumbra a darles una especie de “cuota inicial” en el momento en que los votantes –generalmente de las capas más necesitades de la población- se zonifican para luego darles el resto del dinero cuando le presentan a los líderes del barrio la constancia de haber votado.Y lo peor. Buena parte del fraude electoral ahora se hace en el momento de los escrutinios finales cuando se recuentan los votos. ¿Hasta cuando tendremos un sistema electrónico de votos que reduzca al máximo las trampas ya tan enquistadas en muchos politiqueros de oficio?

Instagram: dagobertoparamo

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