Uno
de los temas que más ha sido discutido a lo largo de la historia del marketing
ha sido el de la incidencia de éste en la vida de los miembros de una sociedad.
Unos lo atacan de forma abierta y directa debido a la supuesta todopoderosa
influencia que las estrategias y los programas de marketing tienen en la mente
y el espíritu de los ciudadanos. Otros lo defienden a ultranza argumentando que
su éxito depende exclusivamente del grado en el cual tales estrategias y
programas reflejen y reproduzcan en sus ofertas las condiciones propias de la
sociedad en la que se inscribe su acción.
Sin
embargo, más allá de estas querellas con tintes ideológicos e incluso
políticos, lo cierto es que la presencia del marketing en la cotidianidad de
las sociedades contemporáneas es innegable siendo utilizado en los sectores
jamás imaginados en el pasado reciente. De esta manera el marketing ha jugado
un papel fundamental en la formación de la conciencia ciudadana en muchas
partes del mundo. Recurriendo a sus más refinadas técnicas de persuasión ha logrado
contribuir al cambio social que la construcción de una sociedad civil armónica,
justa y equilibrada exige. Para ello ha recurrido a tres premisas básicas sobre
las cuales se han estructurado los planes de mercadeo social en los que se han
promovido las ideas sociales –o causas sociales- que le convienen al conjunto
de determinada sociedad.
En
primer lugar, todas las decisiones tomadas han estado siempre sustentadas en rigurosos
estudios de mercado dirigidos a comprender –no solo a describir- las razones
ocultas que se han interpuesto en el avance de cada programa social. En segundo
lugar, todos los programas han sido concebidos con un horizonte de largo plazo dado
que los hábitos negativos casi nunca se modifican de manera inmediata a pesar
de la amenaza y la represión impuestas por gobernantes inexpertos e impulsivos.
Y en tercer lugar, se ha dispuesto de toda la infraestructura necesaria para
que cada ciudadano vaya aprendiendo a manejarse bajo los nuevos parámetros de
conducta que se le son presentados a través de una inmensa gama de medios de
comunicación al alcance.
Es
a la luz de esta perspectiva experimentada en otras latitudes y suficientemente
argumentada en los textos clásicos del marketing social, como podría
entenderse, en parte, las razones por las cuales los ciudadanos que habitamos
en este gran país no hemos sido capaces de transformarnos en consumidores de las
positivas y constantes ideas de cambio social que desde diferentes entes
gubernamentales y estatales se nos han propuesto con bombos y platillos.
En
este sentido es fácil percibir, por un lado, el exagerado nivel de
improvisación de las “inteligentes”
decisiones tomadas por algunas “brillantes”
funcionarios a quienes se les ocurren las más estrambóticas acciones, sin otro
argumento más que el del insulso “interés
colectivo”. Que se sepa no existen estudios serios, con la debida
rigurosidad intelectual, con los cuales se haya profundizado sobre ese
imaginario colectivo que todos llevamos dentro
y que aprendimos a cargar desde nuestra propia infancia. Todo parece
haber sido sacado del cubilete de un mago quien por haber sido nombrado en un
puesto público cree tener la verdad revelada contra la cual no vale el más
sólido y racional de los argumentos posibles.
Por
otro lado, se aprecia un incomprensible afán porque todo cambie de la “noche a la mañana”, sin una adecuada
comprensión de las realidades humanas en las que como se sabe predominan los hábitos
negativos y en las que no tenemos suficiente conciencia ciudadana del impacto
que tiene para todos un cambio en nuestro propio comportamiento. Se “planean” y ejecutan grandiosas “campañas cívicas” que aunque con buenos
propósitos poco o nada han logrado impactar nuestras renuentes conductas.
Finalmente
y ello es más grave aún, no se destinan los recursos para crear las condiciones
ambientales y de infraestructura para que como ciudadanos podamos adoptar los
cambios que se nos demandan desde diferentes esquinas de la sociedad. Ello
lleva a que todo el esfuerzo institucional desplegado sea derrochado y las “buenas intenciones” no pasen de ser
meras ilusiones, en una suerte de arrebato momentáneo que no pasa de un discurso,
de una entrevista televisada, de una promesa registrada en un programa
electoral, de una partida presupuestal malgastada, de una “impactante” gestión de gobierno.
Ante
los ejemplos que abundan a lo largo y ancho del país, valdría la pena que todos
reflexionáramos con un alto sentido del deber colectivo. Ojalá que entre todos
pudiéramos darle un rumbo distinto a este maltratado país, orientando nuestras decisiones
ciudadanss en función de toda la sociedad y no de nuestros intereses personales.
El marketing social no es el “remedio
infalible” de todos los males que vivimos, pero su concepción y ejecución
podría ayudarnos a salir de este atolladero social en el que nos hemos venido
hundiendo desde hace ya varias décadas.
ALFILER:
Es increible la forma en la que se siguen comprando votos a lo largo y ancho
del país. Las modalidades delictuales parecen no tener fin. Se acostumbra a darles
una especie de “cuota inicial” en el
momento en que los votantes –generalmente de las capas más necesitades de la
población- se zonifican para luego darles el resto del dinero cuando le presentan
a los líderes del barrio la constancia de haber votado.Y lo peor. Buena parte
del fraude electoral ahora se hace en el momento de los escrutinios finales
cuando se recuentan los votos. ¿Hasta cuando tendremos un sistema electrónico
de votos que reduzca al máximo las trampas ya tan enquistadas en muchos
politiqueros de oficio?
Instagram:
dagobertoparamo
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