En medio de la efervescencia electoral que vive el país, se imponen
algunas reflexiones en torno a lo que significan los productos electorales en
el marco de nuestra compleja y a veces poco comprendida realidad.
Para empezar debemos aceptar que la competencia por ganar un escaño en
los órganos legislativos nacionales se inscribe en el marketing electoral y
éste, a su vez, se enmarca en el denominado marketing social: de las ideas, de
las causas sociales, de la defensa de los intereses de determinado grupo humano.
Por ello, su concepción y práctica deben ser contempladas desde lo
predominantemente social en un entorno dado y de acuerdo con las costumbres y
los patrones culturales prevalecientes.
Es desde esta perspectiva que deben analizarse los tres componentes de
cualquier producto electoral que es ofrecido a cambio del voto del elector: el
candidato, su programa y, el partido o movimiento político.
Hablar del candidato implica no solamente hacer referencia a su imagen y
a sus formas personales, sino sobre todo a su trayectoria y experiencia ya sea
en el sector público o en el privado. Convergen en él sus ideas, su forma de
presentarlas, sus actitudes, su temperamento, su carisma, el mundo familiar que
lo rodea, su condición social, su extracción de clase, su formación profesional,
su oficio, sus realizaciones, su transparencia.
El programa se refiere al paquete de propuestas y de soluciones presentadas
a los potenciales electores en diferentes formas e intensidad. Es en el
programa donde se refleja la plataforma ideológica y política que va a
promoverse y ejecutarse una vez terminada la contienda electoral. Es en su
conformación donde aparece todo tipo de asesores tratando de estructurar planes
de corto, mediano y largo plazo que el candidato va a presentar.
El partido o movimiento hace referencia a la organización política a la
que pertenece y pretende representar el candidato. De dicha organización se deriva
no solamente la orientación política e ideológica que debe iluminar el programa
a defender, sino los recursos económicos para financiar la campaña y la
estructura logística de operación. En ella se condensa la historia de la
organización, sus antecedentes políticos, su trayectoria en elecciones
anteriores, pero sobre todo, su reconocimiento social en la dinámica de
solución de los problemas de la sociedad.
Un rápido análisis de estos tres componentes del producto electoral en
el contexto colombiano muestra una particular combinación que contrasta de
forma visible con lo que sucede en otras latitudes. Aquí, infortunadamente,
predomina el candidato y su imagen, más no el programa y el paquete de
soluciones planteado en pro del mejoramiento de las difíciles condiciones de
vida imperantes. Prevalecen las formas y la superficialidad del discurso
acomodado y las promesas imposibles de materializarse, en una especie de
carnaval de sueños que recorren los diferentes espacios de comunicación, a
veces sin escrúpulo alguno, por la decepción que se pueda producir en cada ciudadano
que les cree y vota.
Ello explica de alguna manera la escasez de debate en torno a las ideas
y los aspectos programáticos, imponiéndose el ataque, la injuria y la calumnia
por el contendor inmediato, como “eje de
campaña”. También por ello emergen los “lugares
comunes” en la “solución” de la
problemática de sus potenciales electores llegándose, incluso a prometerse lo
imposible sabiendo que después si no se cumple o se modifica lo prometido, nada
pasa. El calendario y el cronograma de actividades a desarrollarse para
concretar las propuestas también brillan por su ausencia. En fin, un vacío
ideológico y programático que en nada contribuye a ejercer el sagrado derecho
constitucional que tenemos de elegir a quien mejor nos represente.
Situación que se agrava aún más porque en el caso colombiano –también en
varios países latinoamericanos- ha aparecido un “nuevo” componente del producto electoral que no ha podido ser
contrarrestado del todo por ninguna estrategia de marketing: la tan conocida y
ya descarada compra de votos. Práctica que además de elevar de manera
signifcativa el costo de cualquier campaña electoral, compromete al ganador a
recuperar su inversión de cualquier manera.
Ojalá algún día los ciudadanos tomemos conciencia que lo importante no
son los “dimes y diretes” que se cruzan
de forma descarada buena parte de los candidatos. Tampoco la venta del voto al
mejor postor. Ojala que en el producto electoral que adquiramos prevalezca el
interés colectivo y los programas sociales, que aprendamos a “castigar” a quienes nada nuevo ofrecen y
poco han hecho en sus elecciones pasadas, que cuando entreguemos lo único que
poseemos, nuestros votos y nuestras esperanzas, lo hagamos por quienes reúnan, de
manera seria y responsable, en un mismo candidato, un programa y un partido de
calidad; es decir que sus preocupaciones y acciones estén regidas por el
bienestar de la mayoría y no por los intereses de un pequeño grupúsculo que
solo busca su propia prosperidad.
ALFILER:
¿Qué karma estarán pagando los ciudadanos que viven en Bogotá? Es increible la
mediocridad y la irresponsabilidad del llamado “gerente” de nuestra capital. ¿Cuándo será que Enrique Peñalosa
dejará de mirar el espejo retrovisor para responsabilizar a la anterior
administración de sus desaciertos e improvisaciones? Pero lo más atortolante no
es solo la forma en la que “conduce”
el presente y el futuro capitalino, sino la descarada forma en la que el “establecimiento” lo protege. Ya no solo
son los medios de comunicación masiva de mayor impacto en la opinión pública
los que tapan –o al menos intentan minimizar- su fracaso, sino la desfachatada manipulación que ha hecho el
Consejo Nacional Electoral dándole largas a la revocatoria a la que los
ciudadanos tienen derecho por diposición constitucional. ¡Y eso sin contar la
inactividad de los órganos de control ante la inexistencia de sus títulos de
postgrado con los que sacó pecho por muchos años hasta que se le descubrieron
sus evidentes mentiras! ¡Qué cosas las que nos pasan!
http://dontamalio.com/columnistas/dagoberto-p-ramo-morales/productos-electorales
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dagobertoparamo
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