A pesar de la inmensa confusión que prevalece entre algunos expertos,
existe una clara diferencia entre el marketing político y el marketing
electoral. Como lo hemos manifestado en esta columna, el marketing electoral
está concebido para participar en los comicios electorales para obtener o
tratar de ganar un cargo de representación popular en cualquiera de las
instituciones del Estado. Veamos en qué consiste el marketing político.
Aunque parezca extraño podría decirse que parte de las actuales
dificultades que viven muchas organizaciones políticas, algunas instituciones
gubernamentales y varios organismos del Estado, se debe a que no han puesto en
práctica los postulados del marketing político. Éste, aunque no se quiera
comprender, es una clara manifestación de los postulados del marketing de las
ideas, de los principios, de la democracia, de los partidos y grupos políticos,
de la lucha por el bienestar general, de la defensa de los más sagrados
derechos de un conglomerado social, de los valores de una sociedad entera, de
los principios morales, de los sueños, de las responsabilidades sociales, de la
vida.
Así, el marketing político puede contribuir, como ha logrado hacerlo en
otras sociedades, al engrandecimiento del ser humano, al logro de sus más caros
anhelos: vivir con libertad, en paz consigo mismo y con sus congéneres. Es por
ello que el marketing político, no se refiere a las acciones ligadas con los
procesos electorales emprendidos en los sistemas democráticos del mundo para
elegir sus representantes; es mucho más. Su práctica consciente, decidida y
socialmente responsable se asemeja al de las causas más nobles en pro de una
sociedad que confiada deposita su suerte en manos de hombres y mujeres quienes
no siempre asumen con respeto y altura moral el reto.
El marketing político, entendiendo la política como el limpio ejercicio
de las ideas, del respeto a la forma de pensar y actuar diferentes, es tal vez
uno de los más significativos aportes que el marketing ha hecho a las
sociedades modernas, aunque no siempre haya sido visto así. La defensa de las
distintas ideologías en procura del bienestar colectivo bajo principios de
honestidad y transparencia ciudadanas por encima de intereses personalistas y
ególatras, el acatamiento de las normas y las responsabilidades asignadas a los
funcionarios públicos, a las instituciones estatales, a los organismos
legislativos, a las entidades territoriales y a los miembros del poder
ejecutivo elegidos por el voto ciudadano, podrían ser mejor promovidas y
practicadas si se comprendiese la esencia del marketing político. Éste hace
referencia al conocimiento de las condiciones de un mercado, a la
interpretación de esa realidad, al diseño de una respuesta política que ofrezca
soluciones reales y sobre todo, al seguimiento de esos deseos y necesidades
expresadas por los miembros de una sociedad.
En este sentido, el marketing político tiene que ver con el
conocimiento y atención de manera coherente y sincronizada de los tres
diferentes tipos de mercado involucrados. Un mercado organizador que incluye
los colaboradores más cercanos encargados de poner en práctica los
planteamientos elaborados en cada una de las plataformas políticas impulsadas.
Un mercado patrocinador que con aportes ya sea en tiempo, en espacio o en
dinero, permite que determinadas ideas políticas sean promulgadas. Y un mercado
consumidor –ciudadanos- que ávido, pero a la vez desconfiado, espera el
resultado de las acciones emprendidas por sus representantes ante los diferentes
organismos del Estado.
Un marketing político que al responder a los condicionamientos y
demandas propias de un momento determinado permite que funcionarios estatales,
senadores, representantes, diputados, concejales, alcaldes, gobernadores,
ministros, secretarios departamentales y municipales de despacho, presidentes,
vicepresidentes, fiscales, contralores, magistrados, entre otros, desarrollen
su labor de una manera más consciente y responsable frente al desafío que la
historia les impone.
Si en un país como Colombia los partidos políticos, las instituciones
del Estado y sus funcionarios elegidos por voto popular (o los asignados a los
diferentes cargos públicos) aplicaran los postulados del marketing político,
serían capaces de escuchar el clamor de los ciudadanos, considerar sus
verdaderas condiciones de vida y contribuir a incrementar el bienestar
ciudadano. Para ello bastaría con que cumplieran sus promesas de campaña más
que pensar en su propio beneficio y en el de sus amigos o patrocinadores económicos
o políticos, como lo hemos visto a lo largo de nuestra historia contemporánea.
El marketing político es un camino a través del cual los políticos pueden anteponer
las necesidades sociales a sus intereses personales y de partido o movimiento político.
Con la práctica de los planteamientos del marketing político hubiéramos evitado
vivir la aguda crisis de credibilidad y de desprestigio que como nación traemos
a cuestas. Lástima que a nuestros políticos esto poco les importe.
ALFILER:
¿Qué dirán ahora defensores y seguidores a ultranza de Álvaro Uribe Velez
frente a la apertura de investigación por presunta manipulación de testigos? ¿Tendrán
la desfachatez de negar su responsabilidad cuando la Corte Suprema de Justicia
interceptando paramilitares descubrió las comunicaciones entre el Senador Uribe
e intermediarios que manipulaban testigos? ¿Ante innegable evidencia seguirán
diciendo que es una persecusión del gobierno nacional y los jueces manipulados
por el presidente bajo supuestos acuerdos con las FARC? ¿Serán capaces algún
día de abrir los ojos para ver más allá de su fanatismo ciego y sin sentido?
Ojalá reflexionaran y se dieran cuenta de los grandes niveles de impunidad
tejidos alrededor del expresidente y sus cuestionadas actuaciones.
Instagram:
dagobertoparamo
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