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ENCUESTAS Y ELECCIONES. Dagoberto Páramo Morales




Más allá de los escasos contenidos programáticos e ideológicos que han caracterizado la actual disputa electoral donde partidos y movimientos se pelean palmo a palmo el favor de los electores, a las encuestas se les ha asignado un privilegio jamás antes visto. En cada casa política parece imponerse la ya tradicional frase “quien encuesta elige”. Es innegable. Ahora las encuestas hacen parte del paquete obligado de estrategias y actividades impulsadas desde el seno de las distintas organizaciones electorales. Ya no solo miden el nivel de conocimiento de cada participante, ahora conducen buena parte del esfuerzo por llegar victoriosos a la meta final. Ya no es extraño ver en el rostro de los “especialistas” de la política de cada grupo cercano al candidato, su sensible preocupación por implementar estrategias que aumenten, lo más rápidamente posible, el porcentaje de “aceptación” en un mercado cada vez más apático y esquivo.
Sin embargo e independiente de los intereses asociados a cada campaña y a cada candidato, se impone una cuidadosa reflexión, así sea parcial, sobre el verdadero significado que este instrumento de medición tiene en las preferencias electorales.
En primer lugar, aún no se ha comprendido que la encuesta, como uno de los métodos científicos de recopilación de información, es sencillamente un instrumento que mide lo que cada investigador quiere medir en un momento histórico determinado. Jamás se va a encontrar nada más allá de las opciones que a cada entrevistado se le ofrecen en el menú de las alternativas disponibles. Los principales problemas que nos aquejan, por ejemplo, son tan ampliamente conocidos, que la función de las encuestas se reduce a ratificarlos en una especie de confort psicológico respaldado por cierto porcentaje detectado. Y esto no tiene nada que ver con la honestidad o deshonestidad de quien las concibe y las aplica, simplemente es la naturaleza científica del método visto desde lo social y lo humano. Nada nuevo se descubre. Solo se ratifica lo que ya se sabe.
En segundo lugar, al ser aplicado al “público” en “general” susceptible de votar –mayores de 18 años- sin identificar plenamente los segmentos de mercado involucrados –fieles, abstencionistas, indiferentes, indecisos-, es claro que aquellos candidatos quienes más hayan tenido contacto con la comunidad se vean favorecidos por la intención de voto. Son los más conocidos, no siempre los de las mejores propuestas. Ello explica en parte la existencia de “buenos” candidatos que jamás aparezcan como opciones viables, dado el grado de desconocimiento que a nivel general se tiene de su personalidad, de sus ideas, de sus programas o del movimiento o partido en el cual milita. Situación que se agrava aún más cuando parte de las encuestas es aplicada vía telefónica desconociendo la actual deficiencia que de este servicio público vital se tiene en Colombia. Y cuando se hacen de manera presencial, quienes responden no siempre dicen lo que verdaderamente sienten.
En tercer lugar, al indagarse de forma prioritaria por la intención de voto poniendo al encuestado en una situación artificial, solo se logran respuestas impulsivas y de “recordación” más que de  “contenido” respecto a los planteamientos formulados por cada candidato para la solución de la problemática que aqueja a cada comunidad. Los efectos de esta perversa práctica son devastadores, puesto que es a partir de los resultados de estos “sondeos” como se llevan a cabo diferentes foros de “grandes debates” donde solo los  “punteros” tienen derecho a participar.
En cuarto lugar, tenemos que reconocer, así nos cueste, que las encuestas sí tienen un significativo impacto en las decisiones de voto el día de la jornada electoral. A ninguno nos gusta perder y por ello preferimos darle nuestro voto a quien de antemano sabemos va a ser el ganador, sobre todo en un país donde la conciencia y la educación política son apenas un símbolo más de nuestra falta de coherencia social. El efecto manipulador de las encuestas es innegable.
En quinto lugar, se ha demostrado hasta la saciedad que las encuestas al hacer un “retrato” de un momento determinado no sirven como elemento de proyección futura. Una cosa es lo que la gente responde y otra la que hace. Las encuestas no pueden cubrir prácticas políticas tan deplorables como la compra de votos o el intercambio de favores a través de la donación de mercados, tejas de zinc o bultos de cemento.
¿Hasta dónde, entonces, cabría preguntarse, deberíamos seguir admitiendo las encuestas como mecanismo de predicción y pronóstico electoral, cuando ellas son finalmente las que además de guiar el accionar de los candidatos terminan “quitando” y “poniendo” funcionarios públicos, así éstos no tengan, como producto político, la más mínima responsabilidad social ante sus consumidores de quien solo se acuerdan cada vez que demandan la repetición de su acto de compra? Sabemos que los defensores de las encuestas aflorarán justificando su aplicación bajo el insostenible argumento que éstas, cuando fallan, es porque han sido mal aplicadas. El asunto es de mucha mayor profundidad que trataremos en una próxima columna. Los ejemplos de encuestas fracasadas abundan. Ojalá nos convenciéramos: la encuesta es tan solo un instrumento a través del cual se ensalzan candidatos o, por el contrario se “desaparecen” alternativas poco atractivas para una parte de la sociedad.

ALFILER: ¿Hasta cuándo algunos líderes de la clase política colombiana seguirán recurriendo al miedo y al terror como estrategia de campaña política? ¿Será que no alcanzan a dimensionar los dañinos efectos que ello tiene en la idiosincrasia nacional? ¿O, por contrario, lo saben y de manera cínica continúan impulsando su ideología guerrerista en función de sus mezquinos intereses personales? Impresiona la forma como a través de nuestra historia nos han arrebatado el derecho a vivir en paz y armonia con nuestros paisanos. Nos han orillado siempre a escoger “salvadores” y “redentores” que nos “liberen” de esos “fantasmas” con los que nos han amedrentado y que ellos mismos han creado. ¿Habrá llegado el momento de decir basta ya? Ojalá. El país lo necesita.

Instagram: dagobertoparamo


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