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VENTAS POR DOQUIER. Dagoberto Páramo Morales


Las evidencias que demuestran la inmensa intuición creativa de los colombianos se perciben a lo largo y ancho del país, sobre todo cuando del rebusque se trata. Ha emergido, de esta manera, toda suerte de actividades personales, familiares o de grupo a través de las cuales buena parte de las familias colombianas luchan por salir adelante en medio de la enorme crisis que desde diferentes ángulos se vive en Colombia.
Así, parece válido idearse cualquier forma de “levantarse” unos mínimos ingresos que mitiguen el abandono y la miseria en las que se encuentran muchas familias colombianas dejadas de lado por la dinámica económica nacional caracterizada por una cascada de impuestos y un elevado costo de vida sin precedentes.
Entre ellas, el predominio de la actividad vendedora es tan claro e inobjetable que bien podría decirse, sin equivocación alguna, que entre todos los oficios “reinventados”, las ventas se han transformado en el primer y mejor escape para sobrevivir. Puede verse el pulular de adultos, niños y ancianos ofreciendo todo tipo de productos que según sus esperanzas y sus ilusiones pueden ser adquiridos por aquellas capas de la población con unas mejores condiciones de vida.
Las esquinas, las aceras, los semáforos, la parada del bus, el parque, las entradas a las iglesias, los campos deportivos, los peajes, las puertas de acceso a los centros educativos, y los alrededores de los edificios públicos entre otros, se han convertido en los sitios favoritos para ofrecer los más inverosímiles bienes y servicios.
De esta manera, naranjas, patillas, bananos, limones, verduras, bolsas de basura, refrescos, gaseosas en lata, bolsas de agua, helados, libros, periódicos, discos compactos, tarjetas de celular, semillas de marañón, limpiones, galletas, pan árabe, queso con bocadillo, pescado, bollo, hamburguesas, pinchos, arroz de lisa, y aguacates entre otros, son vendidos con esmero y dedicación,
Asimismo, han aparecido personas demandando “el pago” de sus “servicios prestados” por haber hecho unas cuantas volteretas en el piso ardiente, o quienes bajo la inclemencia del tiempo se han pintarrajeado la cara y cubierto el cuerpo con túnicas desgastadas para fungir como estatuas medievales. O, quienes recurriendo a la caridad humana mendigan una limosna para “tomarse un plato de sopita”, o quienes casi a la fuerza quieren limpiar los vidrios por más que el conductor no lo quiera o, quienes, como improvisados celadores cuidan carros y motos a cambio de “voluntarias” propinas.
Argumentos, todos ellos, llenos de una fuerza interior impregnada más por la caridad social que los acompaña que por los mismos beneficios que los productos vendidos en sí comportan para quienes los compran. Una especie de ventas apoyadas en la indolencia social, el aislamiento, y en el dolor ajeno más que las bondades que los productos tienen para quienes se decidan a consumirlos.
Circunstancias de nuestra condición social y económica que muchas empresas no han dimensionado con justeza en función del cumplimiento de sus propósitos organizacionales, sobre todo porque la mayoría de ellas ni siquiera ha intentado calcular el impacto –positivo o negativo- que este tipo de ventas pudieran tener en el logro de sus presupuestos y pronósticos. Infortunadamente el desconocimiento de estas realidades es inmenso.
Sin duda, las ventas por doquier deben ser vistas como un enorme despliegue de imaginación, dedicación y entrega que hacen muchos colombianos en busca de los pesos y los centavos que les ayuden a romper el infinito ciclo de miseria en el que viven. Su situación ha sido tan aguda que ni siquiera acceso a la salud y a la educación han tenido por cuenta de los desequilibrios sociales que nos han tipificado en las décadas recientes. El rebusque ha sido una alternativa propia de la imaginación y la creatividad colombianas para resolver los problemas que la supervivencia imponen a grandes capas de la población nacional.
Ojalá que la sociedad entera pudiera aproximarse a esta realidad social y comercial que poco queremos ver a no ser para condenarla con desprecio y poca sensibilidad humana.

ALFILER: Definitivamente Colombia es un país macondiano. No es posible que “hayamos matado el tigre y nos hayamos asustado con su cuero”. Es increible que después de tantos intentos de desarmar a las Farc lo hayamos logrado y ahora no seamos capaces de cerrar el doloroso conflicto que hemos vivido en las últimas décadas. Triste constatar que los intereses de politiqueros y de partidos con claras tendencias guerreristas se hayan impuesto frente a la impávida reacción de la sociedad colombiana. Inaceptable que los partidos políticos con sus inveteradas maquinarias electorales y de consecución de puestos en la burocracia estatal, hayan privilegiado sus intereses y los de los suyos, antes que satisfacer la ilusión de millones de víctimas que reclaman sus derechos. ¡Qué dolor de país!


http://dontamalio.com/columnistas/ventas-por-doquier
Instagram: dagobertoparamo




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