Las evidencias que demuestran la
inmensa intuición creativa de los colombianos se perciben a lo largo y ancho
del país, sobre todo cuando del rebusque se trata. Ha emergido, de esta manera,
toda suerte de actividades personales, familiares o de grupo a través de las
cuales buena parte de las familias colombianas luchan por salir adelante en
medio de la enorme crisis que desde diferentes ángulos se vive en Colombia.
Así, parece válido idearse
cualquier forma de “levantarse” unos
mínimos ingresos que mitiguen el abandono y la miseria en las que se encuentran
muchas familias colombianas dejadas de lado por la dinámica económica nacional
caracterizada por una cascada de impuestos y un elevado costo de vida sin
precedentes.
Entre ellas, el predominio de la
actividad vendedora es tan claro e inobjetable que bien podría decirse, sin
equivocación alguna, que entre todos los oficios “reinventados”, las ventas se
han transformado en el primer y mejor escape para sobrevivir. Puede verse el
pulular de adultos, niños y ancianos ofreciendo todo tipo de productos que
según sus esperanzas y sus ilusiones pueden ser adquiridos por aquellas capas
de la población con unas mejores condiciones de vida.
Las esquinas, las aceras, los semáforos,
la parada del bus, el parque, las entradas a las iglesias, los campos
deportivos, los peajes, las puertas de acceso a los centros educativos, y los
alrededores de los edificios públicos entre otros, se han convertido en los
sitios favoritos para ofrecer los más inverosímiles bienes y servicios.
De esta manera, naranjas,
patillas, bananos, limones, verduras, bolsas de basura, refrescos, gaseosas en
lata, bolsas de agua, helados, libros, periódicos, discos compactos, tarjetas
de celular, semillas de marañón, limpiones, galletas, pan árabe, queso con
bocadillo, pescado, bollo, hamburguesas, pinchos, arroz de lisa, y aguacates
entre otros, son vendidos con esmero y dedicación,
Asimismo, han aparecido personas
demandando “el pago” de sus “servicios prestados” por haber hecho
unas cuantas volteretas en el piso ardiente, o quienes bajo la inclemencia del
tiempo se han pintarrajeado la cara y cubierto el cuerpo con túnicas
desgastadas para fungir como estatuas medievales. O, quienes recurriendo a la
caridad humana mendigan una limosna para “tomarse
un plato de sopita”, o quienes casi a la fuerza quieren limpiar los vidrios
por más que el conductor no lo quiera o, quienes, como improvisados celadores
cuidan carros y motos a cambio de “voluntarias”
propinas.
Argumentos, todos ellos, llenos
de una fuerza interior impregnada más por la caridad social que los acompaña
que por los mismos beneficios que los productos vendidos en sí comportan para
quienes los compran. Una especie de ventas apoyadas en la indolencia social, el
aislamiento, y en el dolor ajeno más que las bondades que los productos tienen
para quienes se decidan a consumirlos.
Circunstancias de nuestra
condición social y económica que muchas empresas no han dimensionado con
justeza en función del cumplimiento de sus propósitos organizacionales, sobre
todo porque la mayoría de ellas ni siquiera ha intentado calcular el impacto
–positivo o negativo- que este tipo de ventas pudieran tener en el logro de sus
presupuestos y pronósticos. Infortunadamente el desconocimiento de estas
realidades es inmenso.
Sin duda, las ventas por doquier
deben ser vistas como un enorme despliegue de imaginación, dedicación y entrega
que hacen muchos colombianos en busca de los pesos y los centavos que les
ayuden a romper el infinito ciclo de miseria en el que viven. Su situación ha
sido tan aguda que ni siquiera acceso a la salud y a la educación han tenido
por cuenta de los desequilibrios sociales que nos han tipificado en las décadas
recientes. El rebusque ha sido una alternativa propia de la imaginación y la creatividad
colombianas para resolver los problemas que la supervivencia imponen a grandes
capas de la población nacional.
Ojalá que la sociedad entera
pudiera aproximarse a esta realidad social y comercial que poco queremos ver a
no ser para condenarla con desprecio y poca sensibilidad humana.
ALFILER:
Definitivamente Colombia es un país macondiano. No es posible que “hayamos matado el tigre y nos hayamos
asustado con su cuero”. Es increible que después de tantos intentos de
desarmar a las Farc lo hayamos logrado y ahora no seamos capaces de cerrar el doloroso
conflicto que hemos vivido en las últimas décadas. Triste constatar que los
intereses de politiqueros y de partidos con claras tendencias guerreristas se
hayan impuesto frente a la impávida reacción de la sociedad colombiana. Inaceptable
que los partidos políticos con sus inveteradas maquinarias electorales y de
consecución de puestos en la burocracia estatal, hayan privilegiado sus
intereses y los de los suyos, antes que satisfacer la ilusión de millones de
víctimas que reclaman sus derechos. ¡Qué dolor de país!
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dagobertoparamo
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