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¿Y NOSOTROS? Dagoberto Páramo Morales

Qué tristeza que como nacionalidad muchos de nuestros ímpetus se nos hayan adormilado en medio de tantos problemas sociales, económicos y políticos que nos han agobiado en tiempos recientes. Pareciera que hubiésemos perdido esa fuerza interior que siempre nos ha caracterizado para manifestar nuestros más profundos sentimientos de inconformidad, y de los cuales muy orgullosas estuvieron algunas de las generaciones que nos precedieron.
Poco comprensible es vernos en nuestra condición de consumidores, compradores  o clientes aceptando, sin decir nada, la entrega de productos que no se ajustan a las promesas que se nos hicieron en el momento de haberlos adquirido. Los ejemplos abundan por doquier aunque debe precisarse, que bajo ciertas circunstancias de monopolio, es poco o nada lo que podemos hacer.
Desde las más encopetadas organizaciones empresariales que ofrecen atractivos productos cuyos verdaderos atributos jamás aparecen, hasta las promesas de políticos y organizaciones electorales que buscando los votos que los lleven a las corporaciones públicas de representación popular despliegan sus grandes dotes persuasivas. Todos aprovechando ese marasmo en el que hemos caído desde donde nos dejamos “descrestar” con cualquier cosa que nos entreguen, aunque ésta sea bastante alejada de las que nos han prometido.
Veamos los bienes y los servicios de tipo comercial. ¿Cuántos de nosotros hemos tomado la decisión de adquirir un producto que cuando lo tenemos en nuestras manos nos damos cuenta que no funciona como nos lo habían prometido o como nos lo habíamos imaginado?. ¿Cuál ha sido nuestra típica reacción? La mayoría, infortunadamente, en medio del desconsuelo y la impotencia que ello nos produce, preferimos callar, darle rienda suelta en privado y en voz baja, a los improperios y al desespero de sentirnos engañados, pero casi nunca asumimos una posición que nos ayude a protegernos. Muchos de nosotros hemos escuchado, sin duda, las quejas y los reclamos que en nada trascienden, sobre todo porque muchas de estas lamentaciones sirven más para justificar el incumplimiento de las organizaciones que una verdadera exigencia de nuestros derechos consagrados en la Constitución y en la ley.
Veamos los productos electorales. Durante las campañas hechas a lo largo y ancho de una región o del país, se nos hacen las más atractivas promesas con las cuales un candidato, un partido y un programa de gobierno pretende atraer nuestra atención a través de la estrategia de diferenciación con la cual los potenciales consumidores se transformen en compradores. Apoyados en ese paquete de sueños y esperanzas que todos conservamos nos transformamos en compradores, adquirimos el paquete de atributos y votamos. Compramos el producto y con ello supuestamente entramos a ser parte de ese conjunto de privilegiados que han adquirido una serie de beneficios prometidos.
El tiempo transcurre y casi sin darnos cuenta las promesas comienzan a incumplirse, los programas y las plataformas políticas sufren las vicisitudes propias de la política nacional y se inicia la fabricación de un producto que en nada se parece al que nos han prometido. Se cambian las reglas del juego y nosotros, arropados tal vez por la esperanza de que algún día esos sueños que nos ayudaron a construir se transformen en realidad, nos mentimos, excusamos al fabricante, le damos más tiempo, pero sobre todo, nada decimos, callamos. Aceptamos casi con resignación que el producto nos lo hayan cambiado y preferimos alimentar la esperanza de que algún día nos van a cumplir lo que con tanta pasión nos han prometido al calor de la efervescencia electoral.
¿Qué será, entonces, los que no está pasando? Muchas son las explicaciones que podrían darse desde nuestra condición humana, pero sin duda, desde el marketing existen algunas explicaciones que pueden mencionarse.
Por un lado, existe un evidente conformismo en el que hemos estado viviendo y al que casi sin darnos cuenta nos hemos venido acostumbrando. Y eso, obviamente, ha sido canalizado por las organizaciones –comerciales o políticas- para seguir sacando ventaja de nuestra pasividad, de nuestra tácita aceptación.
Por el otro, para muchas personas es mejor no quedar mal y por ello preferimos, antes que condenar a quien no nos cumple, justificarnos a nosotros mismos, y ocultar la situación. Eso que los técnicos en marketing llaman “disonancia cognoscitiva”. Callamos para no hacer el ridículo porque da pena aceptar que nos hemos equivocado o que se han aprovechado de nosotros y de nuestras esperanzas frente a nuestros ojos, que han jugado con nuestro sueños, con nuestras expectativas.
¿Qué será lo que debemos hacer para hacer frente a esta paradoja que nos acompaña?. Algunas reflexiones pueden mencionarse. Aprender de los errores y no repetir nuestra compra, es decir no transformarnos en clientes como todas las empresas lo quieren y lo añoran. O en su defecto, asumir una posición gallarda y en nuestra próxima compra optar por una marca distinta o por un proveedor diferente llegando, si es necesario, hasta el boicot como hacen los consumidores estadounidenses o europeos quienes no consumen ciertos productos cuando los fabricantes no cumplen y se aprovechan de sus propias circunstancias.
Cualquier posición que se asuma se justifica menos la de quedarnos quietos y no expresar nuestra inconformidad por temor a “hacer el oso” y permitir que los abusos y los atropellos se sigan cometiendo frente a nuestras complacientes miradas y a nuestra preocupante pasividad.

ALFILER: Es desconsolador y frustrante la incoherencia institucional que estamos viviendo frente a la problemática que nos aqueja. La Corte Constitucional y el Congreso habían aprobado de manera categórica la Jurisdición Especial para la Paz, en los términos de los acuerdos de la Habana entre el gobierno –en representación del Estado- y las antiguas FARC, decretando que no solo ésta se ajustaba al orden legal, sino encontrando en ella un mecanismo constitucional para superar el conflicto que hemos vivido por más de 50 años. Sin embargo, cuando se trató de reglamentarla, le hicieron tantos cambios que desfiguraron su esencia. Y todo por los intereses electoreros de unos y el leguyelismo jurídico de otros. ¿Qué tristeza!
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Instagram: dagobertoparamo

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