Qué tristeza que como nacionalidad
muchos de nuestros ímpetus se nos hayan adormilado en medio de tantos problemas
sociales, económicos y políticos que nos han agobiado en tiempos recientes.
Pareciera que hubiésemos perdido esa fuerza interior que siempre nos ha
caracterizado para manifestar nuestros más profundos sentimientos de
inconformidad, y de los cuales muy orgullosas estuvieron algunas de las
generaciones que nos precedieron.
Poco comprensible es vernos en nuestra
condición de consumidores, compradores o
clientes aceptando, sin decir nada, la entrega de productos que no se ajustan a
las promesas que se nos hicieron en el momento de haberlos adquirido. Los
ejemplos abundan por doquier aunque debe precisarse, que bajo ciertas
circunstancias de monopolio, es poco o nada lo que podemos hacer.
Desde las más encopetadas
organizaciones empresariales que ofrecen atractivos productos cuyos verdaderos
atributos jamás aparecen, hasta las promesas de políticos y organizaciones
electorales que buscando los votos que los lleven a las corporaciones públicas
de representación popular despliegan sus grandes dotes persuasivas. Todos
aprovechando ese marasmo en el que hemos caído desde donde nos dejamos “descrestar” con cualquier cosa que nos
entreguen, aunque ésta sea bastante alejada de las que nos han prometido.
Veamos los bienes y los servicios
de tipo comercial. ¿Cuántos de nosotros hemos tomado la decisión de adquirir un
producto que cuando lo tenemos en nuestras manos nos damos cuenta que no
funciona como nos lo habían prometido o como nos lo habíamos imaginado?. ¿Cuál
ha sido nuestra típica reacción? La mayoría, infortunadamente, en medio del
desconsuelo y la impotencia que ello nos produce, preferimos callar, darle rienda
suelta en privado y en voz baja, a los improperios y al desespero de sentirnos
engañados, pero casi nunca asumimos una posición que nos ayude a protegernos.
Muchos de nosotros hemos escuchado, sin duda, las quejas y los reclamos que en
nada trascienden, sobre todo porque muchas de estas lamentaciones sirven más
para justificar el incumplimiento de las organizaciones que una verdadera
exigencia de nuestros derechos consagrados en la Constitución y en la ley.
Veamos los productos electorales.
Durante las campañas hechas a lo largo y ancho de una región o del país, se nos
hacen las más atractivas promesas con las cuales un candidato, un partido y un
programa de gobierno pretende atraer nuestra atención a través de la estrategia
de diferenciación con la cual los potenciales consumidores se transformen en
compradores. Apoyados en ese paquete de sueños y esperanzas que todos
conservamos nos transformamos en compradores, adquirimos el paquete de
atributos y votamos. Compramos el producto y con ello supuestamente entramos a
ser parte de ese conjunto de privilegiados que han adquirido una serie de
beneficios prometidos.
El tiempo transcurre y casi sin
darnos cuenta las promesas comienzan a incumplirse, los programas y las
plataformas políticas sufren las vicisitudes propias de la política nacional y
se inicia la fabricación de un producto que en nada se parece al que nos han
prometido. Se cambian las reglas del juego y nosotros, arropados tal vez por la
esperanza de que algún día esos sueños que nos ayudaron a construir se
transformen en realidad, nos mentimos, excusamos al fabricante, le damos más
tiempo, pero sobre todo, nada decimos, callamos. Aceptamos casi con resignación
que el producto nos lo hayan cambiado y preferimos alimentar la esperanza de
que algún día nos van a cumplir lo que con tanta pasión nos han prometido al
calor de la efervescencia electoral.
¿Qué será, entonces, los que no
está pasando? Muchas son las explicaciones que podrían darse desde nuestra
condición humana, pero sin duda, desde el marketing existen algunas
explicaciones que pueden mencionarse.
Por un lado, existe un evidente
conformismo en el que hemos estado viviendo y al que casi sin darnos cuenta nos
hemos venido acostumbrando. Y eso, obviamente, ha sido canalizado por las
organizaciones –comerciales o políticas- para seguir sacando ventaja de nuestra
pasividad, de nuestra tácita aceptación.
Por el otro, para muchas personas
es mejor no quedar mal y por ello preferimos, antes que condenar a quien no nos
cumple, justificarnos a nosotros mismos, y ocultar la situación. Eso que los
técnicos en marketing llaman “disonancia
cognoscitiva”. Callamos para no hacer el ridículo porque da pena aceptar
que nos hemos equivocado o que se han aprovechado de nosotros y de nuestras
esperanzas frente a nuestros ojos, que han jugado con nuestro sueños, con
nuestras expectativas.
¿Qué será lo que debemos hacer
para hacer frente a esta paradoja que nos acompaña?. Algunas reflexiones pueden
mencionarse. Aprender de los errores y no repetir nuestra compra, es decir no
transformarnos en clientes como todas las empresas lo quieren y lo añoran. O en
su defecto, asumir una posición gallarda y en nuestra próxima compra optar por
una marca distinta o por un proveedor diferente llegando, si es necesario,
hasta el boicot como hacen los consumidores estadounidenses o europeos quienes
no consumen ciertos productos cuando los fabricantes no cumplen y se aprovechan
de sus propias circunstancias.
Cualquier posición que se asuma se
justifica menos la de quedarnos quietos y no expresar nuestra inconformidad por
temor a “hacer el oso” y permitir que
los abusos y los atropellos se sigan cometiendo frente a nuestras complacientes
miradas y a nuestra preocupante pasividad.
ALFILER:
Es desconsolador y frustrante la incoherencia institucional que estamos
viviendo frente a la problemática que nos aqueja. La Corte Constitucional y el
Congreso habían aprobado de manera categórica la Jurisdición Especial para la Paz,
en los términos de los acuerdos de la Habana entre el gobierno –en representación
del Estado- y las antiguas FARC, decretando que no solo ésta se ajustaba al
orden legal, sino encontrando en ella un mecanismo constitucional para superar
el conflicto que hemos vivido por más de 50 años. Sin embargo, cuando se trató
de reglamentarla, le hicieron tantos cambios que desfiguraron su esencia. Y
todo por los intereses electoreros de unos y el leguyelismo jurídico de otros.
¿Qué tristeza!
.
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dagobertoparamo
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