Imposible sustraerse de la gran controversia que siguen
suscitando los resultados de las encuestas electorales. El peso que ellas han
tenido en los diferentes órdenes de la vida nacional ha sido enorme, tal vez
mucho más de lo que la gente jamás imaginó. Ha sido tal el impacto que todas
las campañas se ven “obligadas” a
cambiar sus estrategias iniciales, siempre tratando de darle gusto a sus
potenciales electores, aunque paradójicamente ninguna de las encuestas aborda
la compleja problemática que vivimos. Predomina la superficialidad. Todas se limitan
a medir la intención de voto y en mucha menor proporción a indagar de manera
muy general las principales preocupaciones de los encuestados, pero sin
profundizar en los factores que pueden incidir en su decisión.
El debate de la validez de las encuestas se ha quedado en lo
más superficial, sin cuestionar los asuntos de fondo que son los que sirven
para explicar la gran disparidad de cifras. No obstante los múltiples
argumentos planteados, ninguno aborda el asunto de fondo. Algunos “analistas” que se autodenominan “expertos”, llevan el debate al plano de
la anécdota, al de la futurología, o peor, al de la especulación. Otros, simplemente
creen en ellas como un acto de fe y de ciega obediencia a los paradigmas
cuantitativos predominantes. Ninguno de ellos tiene la preparación para
profundizar en los elementos técnicos -científicos- involucrados en la
manipulación que hacen las encuestadoras de los resultados obtenidos. La ficha
técnica de cada una de las encuestas desnuda las torvas intenciones que se
ocultan detrás de la verborrea con la que quieren “descrestar calentanos”.
Ninguno de ellos pone sobre el tapete, -porque no le
conviene, porque no sabe, o porque prefiere ignorar-, las deficiencias
asociadas a la esencia científica del método. Nadie aborda los problemas de la
muestra y su verdadera representatividad –cualitativa y cuantitativa-; ni los
grados de error permitido y menos los niveles de confianza involucrados. No
existe cuestionamiento alguno que nos haga reflexionar sobre la imposibilidad
que tiene una encuesta de captar de manera simplista nuestra compleja realidad
social.
Tampoco ninguno pone en tela de juicio la visión de mundo
que, oculta tras las encuestas, sirve para justificar que “todo aquello que no se puede medir no existe”; estableciendo este
principio como el dogma que debemos aceptar como verdad incuestionable. Menos
aún existe alguien que admita otras formas de estudiar, analizar e interpretar
la enmarañada realidad que aunque no proporcionan cifras, sí permiten
dimensionar las verdaderas circunstancias del mercado electoral. Formas que por
su carácter cualitativo permiten aprehender la realidad colombiana desde sus
más profundas raíces.
Esta imposibilidad de captar la dinámica realidad social es
la que explica, en parte, las distintas y a veces contradictorias estadísticas
que presentan las empresas encuestadoras. Si esta realidad humana no fuese tan
dinámica como lo es, las cifras presentadas por estas empresas encuestadoras siempre
serían las mismas. No importaría la forma de abordarla porque al ser ésta una
sola, bastaría tan solo con realizar una única medición para detectar la
verdadera situación.
Ojalá algún día logremos entender que las encuestas
electorales, más que medir lo que verdaderamente sucede, solo son un mecanismo
para conducir y manipular la “opinión
pública nacional” de acuerdo con los intereses políticos y económicos de
quienes las contratan, discriminado al mismo tiempo, a algunos candidatos que
parecieran no existir, marginándoseles, incluso de los debates convocados. La
encuesta los invisibiliza, los discrimina y no los deja exponer de manera
masiva sus propuestas políticas y electorales.
Y esto sucede en parte porque la gran masa de la población
no tiene los suficientes elementos de juicio para descubrir las trampas y las
triquiñuelas procedimentales a las que estos “sabios” de la estadística recurren para torcer la realidad
electoral. Y lo peor es la falta de intervención de los organismos de control
del Estado que, además de conformarse contemplando esta condenable práctica política,
parecieran estimularla. Ojalá el debate se abriera y después de develar todo lo
que estas encuestan ocultan, se abolieran o se establecieran mecanismos que las
controle. Los innegables desaciertos que éstas han tenido en los comicios de
los últimos años son suficiente evidencia para que se les limite su vulgar y
descarada intención manipuladora.
Si siempre se equivocan, ¿por qué las siguen contratando y
utilizando como verdades absolutas e irrefutables?
ALFILER: ¿Qué dirán aquellos que condenaron la represión ejercida
por el gobierno de Nicolás Maduro a sus encarnizados opositores, frente a los
abusos de Mariano Rajoy a los independistas catalanes? ¿Es de suponer que ahora
harán un llamado a la “comunidad internacional” para que deslegitime al
gobierno español? ¿O es que los desmanes gubernamentales se aceptan o se
condenan por el color de la ideología y no por el abuso de poder de unos y
otros?
http://dontamalio.com/columnistas/dagoberto-p-ramo-morales/prop-sito-de-las-encuestas-electorales
Instagram: dagobertoparamo
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