Como
lo hemos repetido de manera insistente en esta columna, el éxito de las
estrategias y los programas de marketing depende del grado de comprensión que
se tenga de las condiciones del entorno, previamente estudiadas y analizadas de
forma sistemática y permanente. En consonancia con ello, es comprensible que
las empresas colombianas tomen decisiones en relación con la inseguridad que se
respira en cada esquina del país y busquen proteger no solamente sus patrimonios
sino sobre todo los productos que expenden en los mercados que atienden.
Ante
ello consumidores, compradores y clientes nos hemos visto sometidos a todo tipo
de “medidas de prevención”, según lo expresan algunos de los encargados de la
seguridad comercial. Muchos hemos sentido los continuos e incómodos seguimientos
físicos en el interior de las superficies de exhibición mientras recorremos
pasillos y góndolas en busca de algún producto, las intensas y a veces inocuas requisas
que se nos practican al ingresar a aeropuertos y terminales de buses, las
miradas inquisitivas y policivas de funcionarios que nos desnudan con
exhaustivos recorridos a nuestra humanidad, la enorme desconfianza que
manifiestan empleados y funcionarios de servicio al cliente cuando reclamamos cambios
de alguna mercancía que aunque nueva ya se encuentra deteriorada, las a veces
exageradas medidas tomadas en las puertas de acceso a las entidades bancarias.
En fin, toda una gama de actividades que de acuerdo con la “psicología de prevención” pregonada en
ciertos eventos de formación de lucha contra el delito, van creando una “sensación de control” que incide de
forma directa o indirecta en la reducción de los preocupantes niveles de
pérdidas que los empresarios tienen por concepto de fugas y sustracción de
mercancías.
Sin
embargo y no obstante el éxito que puedan tener algunas de estas medidas muchas
de ellas –casi todas- son no solamente incómodas y molestas, sino sobre todo
ineficaces y denigrantes para las “personas
de bien” que somos la mayoría en este convulsionado país. Medidas que por
estar basadas en el degradante principio según el cual todos “somos culpables hasta que no demostremos lo
contrario”, laceran las fluidas relaciones que deben existir entre empresas
y los miembros de los segmentos de mercado que atienden o pretenden atender. Son
muchos los ejemplos que pueden mencionarse: ¿Qué es lo que se previene con las “exhaustivas” revisiones que se hacen de
los vehículos que acceden a los centros comerciales? ¿Será que los delincuentes
van a dejar a la vista de porteros y guardianes sus mortales artefactos? ¿Qué
es lo que se controla cuando en algunos aeropuertos a cada pasajero se le exigen
documentos de identidad y se le obliga a pasar por las oficinas de la
inteligencia del Estado? ¿Será que los piratas del aire con antecedentes
penales son quienes van a desviar la ruta de un avión y en consecuencia van a
pasar frente a las autoridades que guardan sus registros criminales? ¿Qué es lo
que se logra cuando en el interior de las entidades bancarias prohíben el uso
de celulares? ¿Será que los atracadores y raponeros no tienen otros mecanismos
de comunicación con sus compinches o que en algunos casos estén coludidos con
algunos de los funcionarios? ¿Qué es lo que se evita con el “chequeo” que se hace del número de
bolsas que portan los compradores que salen de los grandes almacenes? ¿Será que
quien quiere sustraer mercancía de un almacén la introduce en una bolsa y la
agrega a los paquetes que sí ha pagado? ¿Acaso todos somos delincuentes por
naturaleza humana?
¿Hasta
cuándo vamos a soportar que como potenciales o actuales consumidores,
compradores o clientes las empresas nos sigan mirando como bandidos y en
consecuencia se nos continúe considerando unos malhechores en potencia? ¿Cómo
comprender esta “previsión estratégica”
que se ha impuesto en las decisiones organizacionales para dar respuesta a las
innegables condiciones de inseguridad que estamos padeciendo? ¿Será que estos
estrategas de la “seguridad” han sido
aleccionados en la inutilidad de las similares medidas que históricamente se
han tomado a nivel nacional para reducir el espiral de violencia que seguimos
padeciendo como los “consejos de
seguridad” realizados después de la ejecución de un aparatoso hecho de
violencia, o la “ley seca” que se
promulga para controlar cualquier alboroto ciudadano, o las “exhaustivas investigaciones” que siguen
a cada incomprensible muerte de un personaje público, o al socorrido cierre de
calles para evitar que las instalaciones del ejército y la policía sean
atacadas?. ¿Quién podrá darnos una respuesta que nos convenza? ¿Por qué no
recurrimos a los avances de la vigilancia electrónica para que sin darnos
cuenta pueda revisarse con cámaras y lentes ocultos cada uno de nuestros
movimientos bajo diferentes circunstancias?
Existen
tantos mecanismos disponibles que no es fácil explicar esta permanente
agresión. Ojalá que algún día nuestros expertos en seguridad nacional y
comercial comprendan que no podemos seguir
pagando “justos por pecadores” y que aunque para algunos sea difícil
creer, la mayor parte de la sociedad colombiana no es delincuente y por tanto
merecemos un trato digno y respetuoso, sobre todo si desde la perspectiva
organizacional nos quieren conquistar y conservar como agentes de la demanda
que estimulamos la dinámica social y económica.
ALFILER:
¡Qué hipocresía y que oportunismo tan grandes los de algunos de nuestros
dirigentes políticos! Mientras les conviene son fervientes creyentes defensores
de la fe católica, pero cuando su Santidad, el Papa, cuestiona su cizaña en
contra de los procesos de paz, se hacen los sordos y siguen de forma agresiva
con las mismas actuaciones cargadas de odio y resentimiento con quienes
disienten de sus posturas políticas o ideológicas.
Instagram :
dagobertoparamo
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