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¿TODO POR LA SEGURIDAD? Dagoberto Páramo Morales


Como lo hemos repetido de manera insistente en esta columna, el éxito de las estrategias y los programas de marketing depende del grado de comprensión que se tenga de las condiciones del entorno, previamente estudiadas y analizadas de forma sistemática y permanente. En consonancia con ello, es comprensible que las empresas colombianas tomen decisiones en relación con la inseguridad que se respira en cada esquina del país y busquen proteger no solamente sus patrimonios sino sobre todo los productos que expenden en los mercados que atienden.
Ante ello consumidores, compradores y clientes nos hemos visto sometidos a todo tipo de “medidas de prevención”, según lo expresan algunos de los encargados de la seguridad comercial. Muchos hemos sentido los continuos e incómodos seguimientos físicos en el interior de las superficies de exhibición mientras recorremos pasillos y góndolas en busca de algún producto, las intensas y a veces inocuas requisas que se nos practican al ingresar a aeropuertos y terminales de buses, las miradas inquisitivas y policivas de funcionarios que nos desnudan con exhaustivos recorridos a nuestra humanidad, la enorme desconfianza que manifiestan empleados y funcionarios de servicio al cliente cuando reclamamos cambios de alguna mercancía que aunque nueva ya se encuentra deteriorada, las a veces exageradas medidas tomadas en las puertas de acceso a las entidades bancarias. En fin, toda una gama de actividades que de acuerdo con la “psicología de prevención” pregonada en ciertos eventos de formación de lucha contra el delito, van creando una “sensación de control” que incide de forma directa o indirecta en la reducción de los preocupantes niveles de pérdidas que los empresarios tienen por concepto de fugas y sustracción de mercancías.
Sin embargo y no obstante el éxito que puedan tener algunas de estas medidas muchas de ellas –casi todas- son no solamente incómodas y molestas, sino sobre todo ineficaces y denigrantes para las “personas de bien” que somos la mayoría en este convulsionado país. Medidas que por estar basadas en el degradante principio según el cual todos “somos culpables hasta que no demostremos lo contrario”, laceran las fluidas relaciones que deben existir entre empresas y los miembros de los segmentos de mercado que atienden o pretenden atender. Son muchos los ejemplos que pueden mencionarse: ¿Qué es lo que se previene con las “exhaustivas” revisiones que se hacen de los vehículos que acceden a los centros comerciales? ¿Será que los delincuentes van a dejar a la vista de porteros y guardianes sus mortales artefactos? ¿Qué es lo que se controla cuando en algunos aeropuertos a cada pasajero se le exigen documentos de identidad y se le obliga a pasar por las oficinas de la inteligencia del Estado? ¿Será que los piratas del aire con antecedentes penales son quienes van a desviar la ruta de un avión y en consecuencia van a pasar frente a las autoridades que guardan sus registros criminales? ¿Qué es lo que se logra cuando en el interior de las entidades bancarias prohíben el uso de celulares? ¿Será que los atracadores y raponeros no tienen otros mecanismos de comunicación con sus compinches o que en algunos casos estén coludidos con algunos de los funcionarios? ¿Qué es lo que se evita con el “chequeo” que se hace del número de bolsas que portan los compradores que salen de los grandes almacenes? ¿Será que quien quiere sustraer mercancía de un almacén la introduce en una bolsa y la agrega a los paquetes que sí ha pagado? ¿Acaso todos somos delincuentes por naturaleza humana?
¿Hasta cuándo vamos a soportar que como potenciales o actuales consumidores, compradores o clientes las empresas nos sigan mirando como bandidos y en consecuencia se nos continúe considerando unos malhechores en potencia? ¿Cómo comprender esta “previsión estratégica” que se ha impuesto en las decisiones organizacionales para dar respuesta a las innegables condiciones de inseguridad que estamos padeciendo? ¿Será que estos estrategas de la “seguridad” han sido aleccionados en la inutilidad de las similares medidas que históricamente se han tomado a nivel nacional para reducir el espiral de violencia que seguimos padeciendo como los “consejos de seguridad” realizados después de la ejecución de un aparatoso hecho de violencia, o la “ley seca” que se promulga para controlar cualquier alboroto ciudadano, o las “exhaustivas investigaciones” que siguen a cada incomprensible muerte de un personaje público, o al socorrido cierre de calles para evitar que las instalaciones del ejército y la policía sean atacadas?. ¿Quién podrá darnos una respuesta que nos convenza? ¿Por qué no recurrimos a los avances de la vigilancia electrónica para que sin darnos cuenta pueda revisarse con cámaras y lentes ocultos cada uno de nuestros movimientos bajo diferentes circunstancias?
Existen tantos mecanismos disponibles que no es fácil explicar esta permanente agresión. Ojalá que algún día nuestros expertos en seguridad nacional y comercial comprendan que no podemos seguir  pagando “justos por pecadores” y que aunque para algunos sea difícil creer, la mayor parte de la sociedad colombiana no es delincuente y por tanto merecemos un trato digno y respetuoso, sobre todo si desde la perspectiva organizacional nos quieren conquistar y conservar como agentes de la demanda que estimulamos la dinámica social y económica.

ALFILER: ¡Qué hipocresía y que oportunismo tan grandes los de algunos de nuestros dirigentes políticos! Mientras les conviene son fervientes creyentes defensores de la fe católica, pero cuando su Santidad, el Papa, cuestiona su cizaña en contra de los procesos de paz, se hacen los sordos y siguen de forma agresiva con las mismas actuaciones cargadas de odio y resentimiento con quienes disienten de sus posturas políticas o ideológicas.



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