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"HOY SÍ FÍO, MAÑANA TAMBIÉN". Dagoberto Páramo Morales


Si nuestros abuelos resucitarán y leyeran el título de este artículo muy seguramente se sentirían en una tierra extraña y distinta, sobre todo porque la frase que dominaba las prácticas comerciales de la época era absolutamente distinta. Como todos sabemos, bajo el lema “hoy no fío, mañana sí” que adornaba las desteñidas paredes de los locales comerciales que han prevalecido a lo largo de nuestra historia, fue creciendo el comercio tradicional que siempre nos ha caracterizado.
Colocados en los sitios más visibles de cada tienda, de cada chichería, de cada bar popular, de cada restaurante, de cada almacén de telas, de cada panadería, de cada farmacia, por ejemplo, estos avisos llenos de coloridas imágenes y de pintorescos personajes, sirvieron para dirigir parte de las políticas comerciales que imperaban en el accionar diario de sus propietarios.
Eran otros tiempos, sin duda. Eran momentos en los que el que el crédito no dominaba las esferas de los negocios y en los que se prefería pagar de contado. Eran instantes en los que la situación económica no exigía tantos malabares para asegurarse el pan de cada día, el alimento de los propios. Predominaba la costumbre de no endeudarse no solamente por el temor de no disponer de suficiente dinero para pagar los compromisos adquiridos para hacer las correspondientes erogaciones periódicas, sino que se preferiría “conservar” al amigo, por encima de lo que fuese. Concepción que se reflejaba no solo en esta histórica frase, sino que además se dejaba entrever en otras expresiones que más tímidamente aparecían en las vitrinas, en los estantes; alusivas todas ellas a mantener la amistad entre los diferentes actores más que las relaciones estrictamente económicas.
Sin embargo, aquellos idílicos momentos dominados por el calor humano y las relaciones entre los participantes de cada transacción establecida parecen estar desapareciendo, al menos desde la perspectiva de la cotidiana práctica de los negocios de hoy.
La filosofía que arropa las actuales relaciones comerciales podría sintetizarse, sin duda alguna, en la frase que cada día se hace más evidente: “Hoy sí fío, mañana también”. Atrás quedaron aquellas relaciones construidas sobre el pago de contado, para emerger, de manera contundente, el fiao, el crédito, incluso hasta el préstamo temporal, hecho por el propietario del negocio a su usual comprador, su cliente. Sin requisitos, sin papeles, sin fiadores, tan solo con la palabra empeñada.
A pesar de existir muchas y diferentes modalidades, en algunos negocios se ha impuesto el conocido “credimarlboro” en el que el tendero, en su inveterada costumbre, anota en un pedazo de cartulina las “compras” hechas por su clientela, registrando día a día, incluso hora tras hora, cada movimiento. Así, en la forma más rudimentaria, aparece en este “cuaderno” de crédito todas y cada una de las cantidades que reflejan el consumo, el favor, el agradecimiento. Así, pueden verse los montos que representan: la bolsa de leche, la media libra de carne, las dos onzas de pollo, la gaseosa, el tomate, el rollo de papel higiénico, el cubo de caldo concentrado y cualquier otro producto que se requiera en el hogar del sujeto de crédito.
Crédito que se paga cada semana, cada quincena, cada semana, o cada vez que el padre de familia recibe el pago por el trabajo que hace. En ese momento, en el de “saldar” la cuenta” se demuestra una vez más las tranquilizantes y llamativas relaciones de confianza establecidas entre el tomador del crédito y quien se lo otorga. Generalmente, allí no hay rectificaciones, ni sumas repetidas, ni reclamaciones por totales equivocados. Casi siempre, impera la mutua confianza. El uno, el tomador del crédito, asume que el otro no lo va a “tumbar” y el otro, quien permite el fiao, sabe que el otro cree en él y en sus demostraciones de honestidad y ética personal.
Pareciera ser como si hubiese una secreta complicidad entre ellos porque, a pesar de que se diga lo contrario, algunos tenderos toman ventaja de las circunstancias y de las necesidades que tiene el padre de familia a quien nunca parece alcanzarle el salario recibido para saldar de una buena vez la cuenta pendiente. Siempre paga, deja un saldo y la cuenta vuelve a “empezar”. Una especie de “yo te ayudo, tu me ayudas y todos nos ayudamos”. “Yo te fío porque confío en que me vas a pagar”, y en consecuencia “debes confiar en que yo no te voy a cobrar más de lo que has pedido”. O “yo no te reclamo porque si lo hago, entonces cómo me vas a seguir fiando”. En fin, una suerte de rueda infinita de “confianza” sobre la cual se tejen hoy las relaciones entre unos y otros.
Esta es una de esas prácticas comerciales que más han sufrido las vicisitudes no solamente del cambio de las condiciones económicas, sino sobre todo, del embate que el crédito ha hecho en todos los órdenes de la vida nacional, en el que la tarjeta -el plástico-, y “el debe” se han impuesto como fáciles y expeditos mecanismos para hacer que la demanda tenga solvencia para adquirir los productos requeridos. Y todo ello en contra de la añoranza de nuestros más cercanos antepasados.

ALFILER: ¿Hasta dónde hemos llegado en esta trágica ola de corrupción que se ha venido destapando a lo largo y ancho del país? Es tan profunda la herida que los corruptos han dejado en el alma del colombiano promedio, que en muchas esferas de la sociedad se percibe un preocupante sentimiento de impotencia y de desconsuelo. Ha estado tan enquistada la corrupción entre quienes deberían combatirla, que la única solución para erradicarla de raíz es no volver a elegir a quienes se han apropiado de forma descarada de los recursos públicos. ¿Seremos capaces? Duele reconocer que lo más seguro es que no lo logremos. ¡Duele el país!



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