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EL TENDERO DE BARRIO. Dagoberto Páramo Morales



Por fortuna la sociedad entera ha empezado a darle un mayor reconocimiento al tendero de barrio y al rol comercial que cumple desde su silenciosa actividad que comienza bien temprano cada día y se termina bien entrada la noche. Menos mal que ya pueden encontrarse en ciertos archivos de instituciones públicas y en los de algunos gremios, las primeras aproximaciones a esa realidad que se vive en aquellos espacios donde se mezcla el trabajo con la residencia y la cotidianidad de la existencia, donde laboran familias enteras recibiendo como contraprestación tan solo la manutención y la supervivencia, porque los salarios y los sueldos escasean aunque sean grandes generadores de empleos directos e indirectos.
Con el cansancio a flor de piel y la extrema necesidad de madrugar al día siguiente en extenuantes jornadas que pocos hemos valorado en su real dimensión, estos hombres y mujeres se han encargado de servir de puente entre productores y consumidores en su loable labor de distribución al menudeo,
Los tenderos de barrio, finalmente, con su tesón han adquirido mayor status y por ello deberían merecer nuestra atención intelectual. Sus vidas que se desenvuelven entre el agite de sus responsabilidades comerciales y aquellas directamente relacionadas con su condición de cabeza de familia, prácticamente no tienen alivio porque sus clientes no les perdonan que no tengan siempre sus puertas abiertas. Desde los albores de cada madrugada cuando después de desperezarse envían sus hijos menores a la escuela, al colegio o a la universidad, hasta que la oscuridad los acompaña para “bajar la persiana” cuando restan escasas horas para la medianoche.
Todo el día en una febril actividad que casi nunca tiene reposo, ni fines de semana y menos aún cualquier tipo de vacaciones, como lo han hecho desde tiempos muy remotos sus antecesores, quienes desde la época republicana, al parecer, le dieron vida a estos negocios en una clara réplica de la influencia española y árabe que todos llevamos dentro.
Responsabilidad que los tenderos cumplen con abnegación, entrega y plena convicción de saber que esa es la única fuente que tienen para obtener unos ingresos con los cuales puedan mantener la familia y cubrir sus más urgentes necesidades vitales de alimentación, vestido, educación y en algunos casos, infortunadamente, de salud.
Sin duda, la trascendencia de la función social y comercial que han venido cumpliendo los tenderos ya no puede ocultarse por más que los hayamos querido despreciar y hayamos intentado quitarles el peso que han tenido y seguirán teniendo en las ventas al detal. Porque hay que ver el papel que cumplen comercialmente en la cadena de distribución al menudeo, así como lo que significan en lo social y cultural en la vida de una comunidad, de un barrio.
En lo estrictamente comercial, el papel de los tenderos ha dependido del estrato social en el que están ubicados sus locales. Mientras en los sectores más pudientes de la población sus ventas tienen un carácter complementario para cuando el aprovisionamiento quincenal o mensual de estas familias se agota, en los mercados de menor nivel social y económico son imprescindibles. Sirven de proveedores diarios de los productos de primera necesidad que estos segmentos de mercado reclaman para su sustento, dando crédito semanal sin requisitos inalcanzables y avalados tan solo por la confianza que les inspiran sus clientes.
En uno o en otro caso los tenderos desde siempre han sido los responsables del proceso de “miniaturización” que ha sufrido las presentaciones de los productos que a diario consumimos. Desde cuando compraban un bulto de arroz y lo empacaban en presentaciones de una libra, de media libra y de un cuarto de libra, hasta llegar hoy en día a vender 2 onzas de pollo, una cucharadita de aceite, 100 pesos de tomate, por ejemplo. Siempre en su firme idea de favorecer al consumidor final, para transformarlo en un asiduo cliente del cual sabe que depende su existencia como negocio.
En lo social y cultural, su papel no es menos trascendente, por el contrario, ha sido vital para la dinámica del barrio, de la comunidad. Los tenderos no solo se han transformado en verdaderos y precisos puntos de información de todos los sucesos que se experimentan en torno a la cotidianidad de los habitantes de determinada zona, sino que su presencia y don de gentes ha permitido que a su alrededor discurra la vida de forma alegre y festiva de los vecinos, los amigos, los compadres. Sus locales se han convertido en punto de encuentro donde las angustias y las preocupaciones se diluyen entre la charla, la broma, la cerveza, el juego, el chiste de la semana, el chisme de la ocasión, la pasión por el equipo de fútbol preferido, la solución de la compleja problemática del país, el apodo, la risa, el desenfreno, la vida. Una especie de club social donde no se pagan cuotas de sostenimiento pero donde se goza de todos los derechos tan solo por habitar en la zona de influencia.
Por eso en buena hora han emergido algunas preocupaciones académicas por acercarse a sus a veces enigmáticas realidades con la sana pretensión de conocerlos y de apoyar su gestión comercial aunque de manera desafortunada, son pocos los esfuerzos concentrados en descifrar y comprender sus circunstancias particularmente humanas que nos permitan verlos como seres que sienten, se emocionan y tienen una gran existencia por disfrutar, más allá de la importancia que como agentes comerciales han venido ganando.

ALFILER: El cinismo politiquero de Alejandro Ordóñez no tiene límites. ¿Desde cuándo se volvió el adalid de la moral y del bienestar colectivo? ¿Acaso cree que los colombianos olvidamos que su elección fue anulada por actos de corrupción que trata de negar por todos los medios a su alcance?. El colmo.

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