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ALREDEDOR. Dagoberto Páramo Morales

Independientemente de la posición que se asuma frente a la invasión del espacio público y a la inevitable presencia de muchos colombianos quienes han hecho del “rebusque” su única fuente de ingresos, los edificios públicos, ciertas instituciones educativas y la mayor parte de los escenarios deportivos, se han transformado en unos verdaderos “centros comerciales” donde se expende prácticamente todo tipo de productos.
La efervescencia que se percibe en estos circunstanciales y a veces temporales mercados donde pareciera que el mundo anda más rápido y al ritmo de gritos y estruendosas vociferaciones, es sin lugar a dudas, una manifestación más de ese marketing a la colombiana que muchos insisten en no ver por más que las evidencias los atropellen. El ajetreo que se vive en estos espacios sometidos a las inclemencias del clima y a las bruscas oscilaciones de la temperatura tiene unas connotaciones sociales y comerciales bastante particulares que bien merecen una especial reflexión.
Al ver esta dinámica humana y este incesante movimiento comercial pareciera que el tiempo se hubiese detenido y estuviéramos asistiendo, impávidos y expectantes, a la repetición de algunas circunstancias que según algunos historiadores le dieron vida a los modernos centros comerciales que ahora se encuentran por doquier.
Pareciera vernos en tiempos de los faraones egipcios quienes al no saber qué hacer con aquellos atuendos que ya no les quedaban bien, los ofrecieron al público en general a precios asequibles, generando un enorme movimiento que al ser seguido por vendedores de ropa, de comida y de juguetes, -sin darle mucha importancia a su calidad- fueron estructurando genuinos pactos entre compradores y vendedores.
Particular efervescencia comercial experimentada en épocas antiguas a orillas del Río Nilo, que bien podría ser asimilada a este mundo de encuentros y desencuentros que se desarrolla en Colombia entre desprevenidos transeúntes preocupados por la realización de sus rutinarias actividades y aquellos agresivos vendedores esmerados por hacer la transacción que les permita seguir en el mismo circuito de distribución al detal.
Encuentros humanos en los que unos –los vendedores- se esmeran por asediar a quienes tenemos necesidad de llevar a cabo los engorrosos trámites oficiales, de entregar algún deber académico o simplemente de asistir a algún espectáculo deportivo, mientras otros –los compradores- zigzagueamos entre todo tipo de puestos de venta para alcanzar nuestros propósitos personales. Fenómeno que, como todos sabemos, ya hace parte del entorno que se respira en buena parte de las ciudades del país.
De esta manera, podemos encontrar todo tipo de productos y de negocios que pululan en aceras, calles y esquinas. Desde los vendedores ambulantes recorriendo las calles con sudor en sus cuerpos cansados, hasta aquellos negocios que albergados en casetas improvisadas han ganado ya un espacio que pareciera pertenecerles. Café, frutas de la estación, verduras, zapatos, minutos de celular, ropa de bajo precio, libros, fotocopias, comida, refrescos, gaseosas, son algunos de los bienes y servicios que se ofrecen a voz en cuello, en una dinámica que muchos empresarios envidiarían tener.
Porque hay que ver el gran olfato comercial que estos rebuscadores colombianos demuestran para saber cuáles son aquellos productos de mayor demanda, la gran creatividad que dejan fluir cuando exponen los argumentos de persuasión para que sus potenciales consumidores se detengan a escuchar sus competitivas ofertas, la notable imaginación que demuestran poseer para hacer atractivas ofertas comerciales, y sobre todo el gran sentido de oportunidad comercial que tienen cuando aciertan a exhibir el producto del momento que casi por arte de magia se vende como “pan caliente”.
Sin duda, este particular acercamiento entre compradores y vendedores en estos mercados transformados en verdaderos ejes comerciales e incrementados aún mas por la necesidad de  albergar desplazados y desempleados, se combina paradójicamente con las significativas expresiones de modernidad traducidas en las grandes superficies que desde la década de los años setenta se construyen a lo largo y ancho del país.
Ojalá algunos de nuestros académicos e investigadores se acercaran a estas realidades comerciales ya enquistadas en nuestras tradicionales prácticas de compra y venta y que por ello pudieran ser consideradas como objetos de estudio de quienes desarrollamos nuestra actividad profesional entre la academia, la investigación y la docencia universitarias.


ALFILER: Como todo candidato politiquero y en campaña de releeción, Juan Manuel Santos prometió reducir el pago de la seguridad social a los pensionados. Como presidente, simplemente no firmó la ley argumentando problemas fiscales. Insistir que es CastroChavista, es un mal chiste.

Instagram : dagobertoparamo

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