Independientemente de la
posición que se asuma frente a la invasión del espacio público y a la
inevitable presencia de muchos colombianos quienes han hecho del “rebusque” su
única fuente de ingresos, los edificios públicos, ciertas instituciones
educativas y la mayor parte de los escenarios deportivos, se han transformado
en unos verdaderos “centros comerciales” donde se expende prácticamente todo
tipo de productos.
La efervescencia que se
percibe en estos circunstanciales y a veces temporales mercados donde pareciera
que el mundo anda más rápido y al ritmo de gritos y estruendosas
vociferaciones, es sin lugar a dudas, una manifestación más de ese marketing a
la colombiana que muchos insisten en no ver por más que las evidencias los
atropellen. El ajetreo que se vive en estos espacios sometidos a las
inclemencias del clima y a las bruscas oscilaciones de la temperatura tiene
unas connotaciones sociales y comerciales bastante particulares que bien
merecen una especial reflexión.
Al ver esta dinámica
humana y este incesante movimiento comercial pareciera que el tiempo se hubiese
detenido y estuviéramos asistiendo, impávidos y expectantes, a la repetición de
algunas circunstancias que según algunos historiadores le dieron vida a los
modernos centros comerciales que ahora se encuentran por doquier.
Pareciera vernos en
tiempos de los faraones egipcios quienes al no saber qué hacer con aquellos
atuendos que ya no les quedaban bien, los ofrecieron al público en general a
precios asequibles, generando un enorme movimiento que al ser seguido por
vendedores de ropa, de comida y de juguetes, -sin darle mucha importancia a su
calidad- fueron estructurando genuinos pactos entre compradores y vendedores.
Particular efervescencia
comercial experimentada en épocas antiguas a orillas del Río Nilo, que bien
podría ser asimilada a este mundo de encuentros y desencuentros que se
desarrolla en Colombia entre desprevenidos transeúntes preocupados por la
realización de sus rutinarias actividades y aquellos agresivos vendedores
esmerados por hacer la transacción que les permita seguir en el mismo circuito
de distribución al detal.
Encuentros humanos en los
que unos –los vendedores- se esmeran por asediar a quienes tenemos necesidad de
llevar a cabo los engorrosos trámites oficiales, de entregar algún deber
académico o simplemente de asistir a algún espectáculo deportivo, mientras
otros –los compradores- zigzagueamos entre todo tipo de puestos de venta para
alcanzar nuestros propósitos personales. Fenómeno que, como todos sabemos, ya
hace parte del entorno que se respira en buena parte de las ciudades del país.
De esta manera, podemos
encontrar todo tipo de productos y de negocios que pululan en aceras, calles y
esquinas. Desde los vendedores ambulantes recorriendo las calles con sudor en
sus cuerpos cansados, hasta aquellos negocios que albergados en casetas
improvisadas han ganado ya un espacio que pareciera pertenecerles. Café, frutas
de la estación, verduras, zapatos, minutos de celular, ropa de bajo precio,
libros, fotocopias, comida, refrescos, gaseosas, son algunos de los bienes y
servicios que se ofrecen a voz en cuello, en una dinámica que muchos
empresarios envidiarían tener.
Porque hay que ver el gran
olfato comercial que estos rebuscadores colombianos demuestran para saber
cuáles son aquellos productos de mayor demanda, la gran creatividad que dejan
fluir cuando exponen los argumentos de persuasión para que sus potenciales
consumidores se detengan a escuchar sus competitivas ofertas, la notable
imaginación que demuestran poseer para hacer atractivas ofertas comerciales, y
sobre todo el gran sentido de oportunidad comercial que tienen cuando aciertan
a exhibir el producto del momento que casi por arte de magia se vende como “pan
caliente”.
Sin duda, este particular
acercamiento entre compradores y vendedores en estos mercados transformados en
verdaderos ejes comerciales e incrementados aún mas por la necesidad de albergar desplazados y desempleados, se
combina paradójicamente con las significativas expresiones de modernidad
traducidas en las grandes superficies que desde la década de los años setenta
se construyen a lo largo y ancho del país.
Ojalá algunos de nuestros
académicos e investigadores se acercaran a estas realidades comerciales ya
enquistadas en nuestras tradicionales prácticas de compra y venta y que por
ello pudieran ser consideradas como objetos de estudio de quienes desarrollamos
nuestra actividad profesional entre la academia, la investigación y la docencia
universitarias.
ALFILER:
Como todo candidato politiquero y en campaña de releeción, Juan Manuel Santos
prometió reducir el pago de la seguridad social a los pensionados. Como
presidente, simplemente no firmó la ley argumentando problemas fiscales.
Insistir que es CastroChavista, es un mal chiste.
Instagram : dagobertoparamo
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