Lástima que esta máxima de tanto arraigo popular se nos haya extraviado entre tanta “revolucionaria” teoría de marketing que importada de los países desarrollados nos ha acompañado recientemente tanto en los claustros universitarios como en la práctica de los negocios colombianos. Duele saber que su esencia y su filosofía, haya sido dejada de lado para copiar modelos y teorías que por corresponder a otros entornos poco o nada han logrado impactar los niveles de competitividad alcanzados por las organizaciones empresariales a nivel nacional. Al aceptar y adoptar –infortunadamente no adaptar- el cúmulo de conocimientos que nos vienen de afuera, se nos ha olvidado que el marketing tiene un carácter contextual y que en tanto que tal, no existen verdades universales que puedan ser trasladadas de manera mecánica de un lado a otro como si fueran muebles inertes y sin vida.
Produce tristeza saber que esta “escuela de pensamiento” del marketing a la colombiana de enorme trascendencia entre abuelos y tatarabuelos con la que lograron darle estructura y altura a sus respectivos negocios, la hayamos olvidado para concentrarnos en “modernos”, “ágiles” y “dinámicos” senderos estratégicos con los cuales hacer frente a los actuales procesos de apertura económica y de globalización social y cultural a las que nos enfrentamos desde 1990.
Aunque muchos no lo quieran reconocer –o no puedan por su empecinamiento modernista-, el fundamento comercial de esta particular forma de visualizar los negocios está en lo que hoy se denomina “marketing de relaciones” o “marketing de conservación” con su particular sello: el propietario, generalmente, tiene una visión mucho más humana e individualizada. Y él sí que sabe cómo lo hace.
No hay duda, esta práctica
comercial colombiana es una de nuestras expresiones más auténticas. Es una
orientación estratégica destinada a conservar clientes a través del
conocimiento de todas aquellas características que los hacen únicos, con sus
propias preferencias y sus respectivas preocupaciones como seres humanos. Y
practicando sus rudimentos sí que han sido buenos los hombres de negocios de
antaño quienes cabalgaron –y siguen cabalgando- sobre esta forma de aproximarse
al corazón de las relaciones con sus clientelas, sus socios, sus compadres.
Máxime en un país como el nuestro en que aproximadamente el 98.1% son micro y
pequeñas empresas.
Esta intuitiva filosofía de un
alto e innegable contenido humano y social con la que se sostuvieron –y se
siguen sosteniendo- muchas organizaciones colombianas, no es más que una clara
reiteración de la inevitable importancia que se le debe dar a las relaciones
que por la propia naturaleza de la dinámica económica, se establecen entre
quienes deben fungir siempre como socios en una misma cadena de suministros. En
tanto que guía estratégica de acción de los miembros de una misma organización
empresarial, esta aproximación colombiana a la dirección empresarial, cumple a
cabalidad con todos los matices contemporáneos que soportan teóricamente al
cliente como la persona hacia quien se deben destinar buena parte de los
esfuerzos organizacionales.
Para comprobarlo, imaginémonos por
un instante lo que esta filosofía de administración y conducción de los
negocios entraña para quienes por casualidad o de forma premeditada entran en
contacto con una organización donde se es “atendido
por su propietario”. En primer lugar, al ser atendido directamente por el
propietario, se supone que cada persona recibirá un trato único e irrepetible puesto
que se asume que se le conoce y se distingue por su nombre y sus
particularidades; lo que implica mantenerse informado en forma permanente de
sus propias circunstancias. En segundo lugar, se le está dando la importancia
que cada quien se merece como ser humano, pues los contactos se hacen con quien
responde por toda la operación. En tercer lugar, es posible obtener alguna
rebaja dado que se está negociando con quien puede tomar las decisiones en
cuanto a costo y porcentajes de utilidad. Y en cuarto lugar, en caso de algún
inconveniente se está tratando con quien puede resolver cualquier situación que
se presente y es a ella a quien se puede acudir sin intermediarios que le den
largas a la potencial problemática presentada.
Por ello, esta colombiana práctica
comercial de ser “atendido por su
propietario” sigue cumpliendo con todas las condiciones que la han hecho
exitosa y que muy seguramente seguirán apoyando el prometedor futuro para
quienes sigan convencidos que el marketing tiene su origen, su expresión y sus
manifestaciones comerciales con base en un contexto determinado, bajo unas
particulares circunstancias que le determinan a cada organización el rumbo a
seguir, más allá de cualquier intención extranjerizante que pueda predominar en
su seno.
ALFILER: Al fin el “doctor” y “magister”
Enrique Peñalosa reconoció que engañó al país y al mundo por más de 30 años con
sus “títulos universitarios” falsos.
Pero lo más frustrante es que jurídicamente no pase nada. Ni las instituciones
del Estado colombiano hacen algo, ni la “gran
prensa” se preocupa por tamaña mentira. ¡Qué cosas las que nos suceden!.
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