Casi como los saltimbanquis de la edad media pueden verse a estos
hombres –y sus mujeres- llenos de ilusión y con deseos de vender todo lo que
han podido comprar o sacar fiado para ser llevado hasta el confín de cada
pueblo colombiano buscando la “satisfacción”
de sus a veces fugaces compradores. Allí, en medio del sol o de la lluvia,
promoviendo la venta de platos, ollas, cacerolas, cucharas, cuchillos,
tenedores, vasos, copas, pocillos y uno que otro adorno para la cocina y la
sala, estos hombres con las gotas de un sudor salobre que se desgaja por entre
sus caras cansinas y decididas a llevar el pan de cada día a sus hogares,
vociferan gritos al compás de sus particulares mecanismos de presión que usan
para vender lo que sea a costa de lo que sea.
Pareciera que nada les importara más que “hacer su agosto” sin mirar, muchas veces a aquellos terrenales
seres, comunes y corrientes, que se agolpan a su alrededor en procura de una
gran oportunidad de adquirir productos a bajo precio. Ni siquiera la
inquisitiva presencia de las autoridades municipales los intimida a pesar de
que algunos de sus representantes más conocidos deambulen furtivamente en
actitudes casi sospechosas. Estos hombres sin mayor instrucción que las
incipientes lecciones dadas por los profesores durante sus primeros años de
escuela elemental se les ve completamente convencidos, amando lo que hacen y
con el poder de las palabras que de sus gargantas resecas parecen borbotar cada
segundo dirigidas a convencer y persuadir de la bondad de los productos que con
ardides semánticos intentan mercadear. La sagacidad mental en todo su
esplendor.
Con la mirada puesta en los ojos expectantes de sus audiencias pasajeras
palabrean cuanto argumento pasa por sus mentes acostumbradas a la creatividad e
imaginación, propias de la viveza y la intuición que caracteriza al recursivo
vendedor de nuestra geografía colombiana. Haciendo acopio de su probada y casi
siempre exitosa trayectoria desplegada en campos y veredas se ubican en
cualquier esquina de cualquier plaza de mercado. Con convicción y pasión dan
rienda suelta a su conocido discurso argumentativo y encantador de ingenuos,
despistados y desocupados. No importa si el clima -en lo más alto del calor o
lo más bajo de la temperatura- los azota de manera inclemente y despiadada. El
objetivo es uno solo: ofrecer en las mejores condiciones posibles, la “solución única” que el mercado demanda
con atención.
El ritual de
cada día pareciera estar escrito en letras de molde en el fondo de sus
portentosas memorias. Casi como parlamentos aprendidos para ser repetidos
acudiendo al cambio de voz, de ritmo, de entonación, ofrecen al principio, por
ejemplo, un plato o una taza que por propósitos de demostración es golpeada con
aparente fuerza para mostrar su resistencia por un único y “módico” precio. “Señora,
señorita, señor, no se pierda esta oportunidad, solo por el día de hoy” se
les escucha mientras se secan el sudor o se guarecen del frío aumentando cada
vez más la oferta para ser aprovechada por todos. “Usted caballero, conquiste su amor, hágala sentir la mujer más
importante del mundo, aproveche que hoy estamos de promoción”, repiten con
precisa convicción mientras muchos entre la gente parecieran estar pensando que
deben sacarle ventaja a ese “único y
exclusivo día”. De esa manera la oferta va incrementándose hasta que estos
mercaderes terminan entregando hasta una docena de utensilios, por ejemplo, por
el mismo precio que inicialmente habían pedido. ¡Qué ingenio!
Así son estos hombres, cargados de ilusión y con la esperanza suspendida
de su poderoso y a veces irresistible poder de persuasión, quienes a la
intemperie representan la sagacidad y capacidad digna de un marketing enmarcado
en las tradiciones y costumbres propias de una raza atiborrada de dificultades
pero plenamente convencida de sus enormes potencialidades. Eso somos.
Así son estos hombres quienes con una camioneta casi siempre
destartalada, recorren de lado a lado el país para llevar a los más apartados
rincones de nuestra escarpada geografía aquellos productos claramente
demandados por los consumidores colombianos. Ellos conocen las necesidades de
sus segmentos de mercado, distinguen sus símbolos de consumo, saben sus
debilidades, promueven sus productos y hacen ofertas irrechazables a los ojos
de quienes buscando más por menos (característica de nuestra idiosincrasia
nacional) están a la caza de los mejores productos al menor precio posible. Al
conocer sus mercados y entregarle lo que estos demandan, estos hombres, sencillos
y trabajadores, son un ejemplo más de ese marketing que desde la perspectiva de
nuestro contexto debe ser tomado en cuenta por cualquier empresa nacional e
internacional que pretenda penetrar nuestros particulares mercados nacionales.
ALFILER: ¿Cuándo será ese cuando
y esa dichosa mañana en la que nuestro Estado se preocupe por detener las
amenazas que los políticos lanzan contra algunos periodistas que tan solo hacen
su trabajo?. ¿Será que tendrán que matar a varios de ellos, así como los líderes
populares que caen como hojas muertas, para que se intente hacer algo? Fatal y
frustrante.
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