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DE PUEBLO EN PUEBLO. Dagoberto Páramo Morales


Casi como los saltimbanquis de la edad media pueden verse a estos hombres –y sus mujeres- llenos de ilusión y con deseos de vender todo lo que han podido comprar o sacar fiado para ser llevado hasta el confín de cada pueblo colombiano buscando la “satisfacción” de sus a veces fugaces compradores. Allí, en medio del sol o de la lluvia, promoviendo la venta de platos, ollas, cacerolas, cucharas, cuchillos, tenedores, vasos, copas, pocillos y uno que otro adorno para la cocina y la sala, estos hombres con las gotas de un sudor salobre que se desgaja por entre sus caras cansinas y decididas a llevar el pan de cada día a sus hogares, vociferan gritos al compás de sus particulares mecanismos de presión que usan para vender lo que sea a costa de lo que sea.
Pareciera que nada les importara más que “hacer su agosto” sin mirar, muchas veces a aquellos terrenales seres, comunes y corrientes, que se agolpan a su alrededor en procura de una gran oportunidad de adquirir productos a bajo precio. Ni siquiera la inquisitiva presencia de las autoridades municipales los intimida a pesar de que algunos de sus representantes más conocidos deambulen furtivamente en actitudes casi sospechosas. Estos hombres sin mayor instrucción que las incipientes lecciones dadas por los profesores durante sus primeros años de escuela elemental se les ve completamente convencidos, amando lo que hacen y con el poder de las palabras que de sus gargantas resecas parecen borbotar cada segundo dirigidas a convencer y persuadir de la bondad de los productos que con ardides semánticos intentan mercadear. La sagacidad mental en todo su esplendor.
Con la mirada puesta en los ojos expectantes de sus audiencias pasajeras palabrean cuanto argumento pasa por sus mentes acostumbradas a la creatividad e imaginación, propias de la viveza y la intuición que caracteriza al recursivo vendedor de nuestra geografía colombiana. Haciendo acopio de su probada y casi siempre exitosa trayectoria desplegada en campos y veredas se ubican en cualquier esquina de cualquier plaza de mercado. Con convicción y pasión dan rienda suelta a su conocido discurso argumentativo y encantador de ingenuos, despistados y desocupados. No importa si el clima -en lo más alto del calor o lo más bajo de la temperatura- los azota de manera inclemente y despiadada. El objetivo es uno solo: ofrecer en las mejores condiciones posibles, la “solución única” que el mercado demanda con atención.
El ritual de cada día pareciera estar escrito en letras de molde en el fondo de sus portentosas memorias. Casi como parlamentos aprendidos para ser repetidos acudiendo al cambio de voz, de ritmo, de entonación, ofrecen al principio, por ejemplo, un plato o una taza que por propósitos de demostración es golpeada con aparente fuerza para mostrar su resistencia por un único y “módico” precio. “Señora, señorita, señor, no se pierda esta oportunidad, solo por el día de hoy” se les escucha mientras se secan el sudor o se guarecen del frío aumentando cada vez más la oferta para ser aprovechada por todos. “Usted caballero, conquiste su amor, hágala sentir la mujer más importante del mundo, aproveche que hoy estamos de promoción”, repiten con precisa convicción mientras muchos entre la gente parecieran estar pensando que deben sacarle ventaja a ese “único y exclusivo día”. De esa manera la oferta va incrementándose hasta que estos mercaderes terminan entregando hasta una docena de utensilios, por ejemplo, por el mismo precio que inicialmente habían pedido. ¡Qué ingenio!
Así son estos hombres, cargados de ilusión y con la esperanza suspendida de su poderoso y a veces irresistible poder de persuasión, quienes a la intemperie representan la sagacidad y capacidad digna de un marketing enmarcado en las tradiciones y costumbres propias de una raza atiborrada de dificultades pero plenamente convencida de sus enormes potencialidades. Eso somos.
Así son estos hombres quienes con una camioneta casi siempre destartalada, recorren de lado a lado el país para llevar a los más apartados rincones de nuestra escarpada geografía aquellos productos claramente demandados por los consumidores colombianos. Ellos conocen las necesidades de sus segmentos de mercado, distinguen sus símbolos de consumo, saben sus debilidades, promueven sus productos y hacen ofertas irrechazables a los ojos de quienes buscando más por menos (característica de nuestra idiosincrasia nacional) están a la caza de los mejores productos al menor precio posible. Al conocer sus mercados y entregarle lo que estos demandan, estos hombres, sencillos y trabajadores, son un ejemplo más de ese marketing que desde la perspectiva de nuestro contexto debe ser tomado en cuenta por cualquier empresa nacional e internacional que pretenda penetrar nuestros particulares mercados nacionales.

ALFILER: ¿Cuándo será ese cuando y esa dichosa mañana en la que nuestro Estado se preocupe por detener las amenazas que los políticos lanzan contra algunos periodistas que tan solo hacen su trabajo?. ¿Será que tendrán que matar a varios de ellos, así como los líderes populares que caen como hojas muertas, para que se intente hacer algo? Fatal y frustrante.



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