Se equivocan
quienes de manera ingenua, malintencionada o ignorante piensan que Colombia es
un único producto y como tal debe ser percibido de igual forma en todos los
mercados en el mundo. Ello evidencia un absoluto desprecio o un claro desconocimiento
de los postulados básicos del mercadeo en el que las imágenes juegan un papel
relevante. En la definición y en la implementación de las distintas estrategias
y programas de marketing, vale más la percepción de la realidad que la realidad
misma. Veamos nuestro caso.
Si bien es cierto Colombia
está ubicada en un territorio y vive unas circunstancias que a todos nos
pertenecen, es innegable la multiplicidad de percepciones que tenemos de nosotros
mismos así como las que el mundo tiene de nosotros. Sería miope negar que son
varias las “Colombias” que se mezclan
en el amplio espectro de los disímiles segmentos de mercado que pretenden
consumir nuestra marca país. Querer negar esta realidad bajo el absurdo
unanimismo que se nos quiere imponer no solo es atrevido sino irresponsable.
Para nadie es un secreto
las notables diferencias que existen en la Colombia que reposa en las mentes de
algunos altos ejecutivos y funcionarios gubernamentales y aquellas otras “Colombias” asociadas a los diferentes
grupos que en el interior de nuestra nacionalidad se mueven con dinamismo
propio. Son tan notables los abismos que separan unas y otras imágenes que
intentar mercadearlas bajo una misma perspectiva no solo es un gran desenfoque
estratégico, sino que lleva a que se cometan crasos errores como cuando algunos
políticos cacarean la manida frase con la que pretenden ocultar sus oscuros
intereses personales: “todo es por el
interés superior de la patria”.
Una es la Colombia de las
estadísticas y las cifras gubernamentales que se empeñan en mostrar al país
como el que soñara “Alicia en el país de
las maravillas” y, otra muy distinta, la de los disímiles grupos sociales
que en el interior de nuestra nacionalidad se mueven al calor de sus propias
motivaciones. Una es la Colombia de los empresarios favorecidos por las
políticas gubernamentales y otra es la de los desempleados y subempleados que
deambulan campos y ciudades en busca de una luz que les ilumine la oscuridad en
la que viven junto con sus familias. Una es la Colombia de los partidos y
movimientos políticos que hacen parte del gobierno de turno y otra, muy
distinta, la que desde orillas ideológicas y políticas opuestas defiende la verdadera
oposición, con ahínco y convicción. Una es la Colombia percibida por los
gobiernos extranjeros y otra es la que visualiza la mayoría de los grupos
sociales que residen más allá de nuestras fronteras. Una es la Colombia que
nuestros presidentes se han empecinado en hacernos creer y otra la que tenemos
quienes vemos al país sumido en una de las más grandes crisis de nuestra
historia reciente. Una es la Colombia de los grupos al margen de la ley y su
negro historial y otra la que viven las miles de víctimas que han sufrido sus
desafueros y sus humillaciones. Una es la Colombia que muestra la baja de
ciertos índices de reducción de la violencia social como algo muy significativo
y, otra muy distinta, la percibida por las organizaciones defensoras de los
derechos humanos que no nos deja muy bien parados ante los ojos de la comunidad
internacional.
Es claro y contundente: Colombia
como producto territorial es un país de grandes e irrefutables contrastes que
se reflejan en las diferentes y contradictorias imágenes que de nosotros se
tiene en el mundo. Nuestro país no es uno solo y por tanto no es un producto
homogéneo que se pueda mercadear con unos únicos argumentos. Nuestra realidad es
mucho más compleja y diversa de lo que de nosotros se ha pretendido comunicar.
La equivocación ha estado tanto
en tratar de hacerle creer al mundo que la única verdad sobre el país reside en
el discurso gubernamental, como en la agresiva condena que se hace de quienes
desde diferentes tribunas públicas o privadas nos atrevemos a disentir. Somos
un país de matices, de gradaciones, de contrastes, étnicamente diversos,
geográficamente dispersos, económicamente desiguales.
Aún no hemos aprendido que
quienes ostentan el poder político en las diferentes instancias democráticas no
son los pontífices de la verdad. No es cierto que la única imagen que se deba promover
como producto sea la que desde las altas esferas del poder se concibe y se
difunde, no importa que por momentos queramos renegar de nuestra humana
capacidad de pensar y discernir frente a nuestra particular y excitante
realidad. Muchos colombianos no somos simples espectadores de nuestro diario
acontecer; todavía ejercemos nuestro sagrado derecho a expresar libremente
nuestras profundas convicciones, afortunadamente. A no ser que ya ni eso sea
posible.
ALFILER: Ahora resulta que
los “magistrados” del Consejo
Nacional Electoral decidieron obstaculizar –hasta impedir-, la participación
ciudadana en las revocatorias de alcaldes y gobernadores. ¿Será tanto el miedo
que estos politiqueros de vieja data le tienen a la constitucional democracia
participativa que están dispuestos a lo que sea con tal de seguir defendiendo
sus propios privilegios?. El colmo.
Twitter: @dagobertoparamo
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