Ante los recientes y escandalosos hechos de
corrupción que todo el país conoce alrededor de los “mejores juegos nacionales
de la historia” desarrollados en Ibagué, cuesta trabajo aceptar que Luis H. Rodríguez
con su plan de gobierno “Camino a la seguridad humana” tuviera la más mínima
idea de lo que significa la marca ciudad y sus efectos en el futuro de la
“capital musical de Colombia” y sus habitantes.
Tal vez por desconocimiento de los principios del
marketing territorial (de ciudad) o quizá por los intereses que logró acumular
durante sus fallidos intentos por llegar a la alcaldía, el exalcalde y su
equipo de trabajo, no parece haber dimensionado las negativas implicaciones que
sus actos han tenido y seguirán teniendo en el presente y el futuro de la
ciudad.
Y lo peor es que ni siquiera ha habido una asomo de
arrepentimiento y menos una decidida confesión (sin pedir a cambio indulgencias
de la justicia) que al menos sirviera como resarcimiento de los daños causados,
al destapar los lazos tejidos alrededor de sus mezquinos intereses. Más bien y
con altas dosis de cinismo se han dedicado –como muchos corruptos del país- a
declararse “perseguidos políticos”, o a autodenominarse “enfermos” de una
gravedad tal que solo pueden sobrevivir si lo hacen fuera de una prisión. ¡Qué
descaro!.
Con sus desafiantes actitudes frente a la justicia y
al sentido común, todos los implicados han lastimado cualquier estrategia de
marketing territorial que se quiera emprender con el propósito de atraer
turistas e inversionistas que contribuyan al desarrollo de la ciudad. Con la
imagen negativa que han ayudado a construir, ahora es más complejo aplicar el
marketing que tan bien ha funcionado en otras ciudades del mundo en las que
tomando como eje de acción a corto y mediano plazo el bienestar común, se han
aunado esfuerzos para la construcción de un futuro mancomunado. Ciudades que
como productos sociales con sensibles y notables beneficios para quienes las
han “comprado”, se han transformado en verdaderos ejes de desarrollo bajo la
sabia y responsable dirección de sus más connotados dirigentes públicos y
privados.
Por el contrario, estos políticos y funcionarios sembraron
en el inconsciente colectivo colombiano la imagen de Ibagué como sinónimo de corrupción
y despilfarro de los dineros públicos. Las imágenes de los escenarios
deportivos son demoledoras: solo producen tristeza y frustración. Ibagué ahora
está en la boca y en la mente de los colombianos ya no como una ciudad pujante
y soñadora, sino como una ciudad donde fue posible dejar a los deportistas sin
un lugar donde practicar sus disciplinas deportivas mientras los bolsillos de
sus dirigentes se llenaban de dinero. Las noticias dejaron de ser aquellas en
la que el espíritu del ibaguereño era visto con ardor y pundonor en la lucha
por su terruño, por la defensa de los que nos pertenece. Da rabia, por decir lo
menos.
Ojalá estos funcionarios comprendieran que el dañino
efecto producido es inconmensurable porque desde la perspectiva de marketing
las imágenes pesan más que las realidades aunque en este caso, tristemente, las
unas concuerdan con las otras. La recuperación de la imagen de la ciudad tomará
varios años, sobre todo cuando sabiendo lo que ha pasado la maraña de la justicia
ha impedido conocer en toda su dimensión hasta donde llegaron los poderosos
tentáculos de la corrupción.
Ojalá que algún día estos políticos y funcionarios de
la pasada administración de la ciudad pudiesen captar los irónicos y ponzoñosos
comentarios que quienes en razón de nuestras labores profesionales debemos
escuchar a lo largo y ancho del país y el negativo impacto que ello tiene en el
alma colectiva de quienes somos oriundos de esta ciudad de ocobos y gualandayes.
Ojalá que fuesen capaces de revisar la historia de lo que hicieron para que
vislumbraran que el futuro de la ciudad no puede seguir estando
indisolublemente ligado a su suerte y a los vericuetos jurídicos con los que han
logrado mantener a la ciudad en un doloroso estado de postración.
Ojalá que pudiesen devolver la película de su
formación académica para que revisaran con seriedad y rigurosidad intelectual
que el futuro de la ciudad ha quedado manchado y que su recuperación tomará
muchos años y muchos esfuerzos de políticos que con honestidad y transparencia puedan
contrarrestar la nebulosa en la que nos dejaron estos corruptos indomables.
Ojalá que visualizaran que el marketing territorial
–donde está la marca ciudad- está más en relación con lo intangible, con los
beneficios que en el largo plazo se puedan obtener de las acciones pasadas y presentes,
y está asociado con todo aquello que parece invisible pero que ejerce gran
incidencia en el quehacer cotidiano. Ojalá examinaran la experiencia de otros
ciudadanos envueltos en líos judiciales quienes han sido capaces de poner por
encima de sus intereses personales los de la colectividad para la cual
supuestamente trabajaron. La corrupción no es la mejor carta de presentación de
una ciudad que lucha por crear y mantener una marca que le de identidad a sí
misma y a sus habitantes.
El marketing de ciudad y su abanderado principal, la
marca ciudad, no hace milagros. Los escándalos pesan más.
Dagoberto Páramo Morales
dparamo@uninorte.edu.co, dagobertoparamo@gmail.com
facebook.com/dagobertoparamo
Twitter: @dagobertoparamo
Dagoberto, mi cordial saludo, mis felicitaciones por esta fabulosa idea de compartir tus escritos sobre la disciplina del marketing, en especial por que hacía falta en la comunidad una autoridad con el conocimiento y experiencia y suficientes. Estaré atento, como siempre a leer tus escritos.
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