Los complejos cambios experimentados en las sociedades contemporáneas han convertido el fenómeno de consumo en objeto de estudio de algunos investigadores de todo el mundo. Resultado de tales investigaciones se ha comprobado que cada vez más los productos –y las marcas- son adquiridos más por lo que significan socialmente que por la función básica que cumplen.
A su vez, el significado social que se les ha otorgado corresponde a su continua presencia en la vida cotidiana de los miembros de determinado grupo social, llegando, incluso, a ser indispensables para la existencia de muchos de ellos. Esta situación se da cuando los productos y lo que ellos transmiten coinciden con los patrones y prácticas culturales predominantes. Ello le ha dado una singular importancia al estudio de la cultura desde una perspectiva antropológica, es decir, desde la programación colectiva de la mente que se recibe a lo largo del proceso de formación.
No obstante este claro reconocimiento a la cultura, el debate se ha concentrado en saber si es ésta la que incide en el consumo, o por el contrario, el consumo es una expresión de aquella. Sin existir un acuerdo aprobado por todos, parece claro que la cultura influye en: a) las normas de convivencia a través de la aprobación o desaprobación de ciertos consumos, b) en los valores y las creencias que juegan un papel determinante en el comportamiento humano, c) en los símbolos reconocidos como parte integral de la vida en sociedad, d) en los mitos que mediante las leyendas y las narraciones construyen misteriosos marcos de acción de conducta, e) en los rituales que de forma episódica deben desarrollarse para cumplir con los preceptos promovidos en el seno de la sociedad, f) en el lenguaje –verbal y no verbal- con el que se le asignan convenciones lingüísticas a los productos y que todos comparten y, finalmente, g) en la aprobación de determinados bienes a los que la cultura impregna de particulares simbolismos para quienes los consumen.
Del otro lado, en la óptica de que el consumo refleja el mundo culturalmente constituido de una sociedad, el consumo está siendo considerado como una actividad inherente a la expresión de una cultura dada. Se acepta, entonces, al hacer referencia al consumo, que éste no se relaciona solo con las condiciones de adquisición de los productos, sino que debe considerarse su uso, pero, sobre todo, su proceso de apropiación, como una manifestación de identidad y de pertenencia, como una extensión de la personalidad de base de cada miembro de una cultura, como un reflejo de lo que se es, de lo que se quiere ser, de lo que se quiere transmitir. De esta manera, el consumo ya no es acto individual, aislado o pasivo; por el contrario, es socialmente aprendido, interactivo y activo.
Así, la cultura organiza, categoriza y jerarquiza el consumo de cada grupo humano, otorgándole un simbolismo a través del cual sus miembros alcanzan un reconocimiento como sus integrantes. Al cumplir con las condiciones de transacción, intercambiar los productos que corresponden, y hacerlo con los agentes asignados, significa ser parte de una cultura. Aparece así la dimensión cultural de los mercados, la simbolización del consumo, el consumo como una entidad simbólica, los simbolismos de consumo, las posesiones como una auto-expresión, el consumo sagrado y el consumo profano, el materialismo, el consumo de emulación.
El debate está abierto. Todos deberíamos abordarlo.
ALFILER: ¿Hasta cuándo la clase dirigente –económica y política- de este país tomará decisiones en función de las realidades que viven inmensas capas de la población colombiana? Cuesta trabajo encontrar siquiera una decisión que contribuya a reducir la eterna brecha entre los múltiples grupos sociales que compartimos nuestro territorio. Cuando no eliminan las horas extras ganadas a pulso, imponen impuestos momentáneos que no solo aumentan después sino que terminan siendo permanentes (4 por 1000 que empezó en 2 por 1000), incrementan en montos ridículos el salario mínimo bajo sus cacareados argumentos de desajustar la economía que ellos mismos han descuadrado, desmejoran la vida de los jubilados quitándoles mesadas anuales o poniéndole nuevos impuestos, le dan más gabelas a las grandes empresas con el cuento de generar empleo, alzan el precio de la gasolina sabiendo el efecto que esto tiene en el costo de vida de quienes menos ingresos reciben, suben los impuestos –IVA, por ejemplo-, a los productos de la canasta familiar sin sonrojarse siquiera. Es inaudito. ¿Será que no se dan cuenta de lo que hacen? O, ¿simplemente, tan solo les importan sus propios intereses? Duele pero todo indica que su sensibilidad social no solo es escasa –por no decir nula-, sino que está sometida a su propia voracidad política y económica.
http://dontamalio.com
Instagram: dagobertoparamo
Comentarios
Publicar un comentario