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EL ABUSO DE LOS MONOPOLIOS Y LOS OLIGOPOLIOS. Dagoberto Páramo Morales



Uno de los postulados esenciales del marketing en la concepción e implementación de sus estrategias y sus programas, es el relacionado con la oferta competitiva, atractiva y diferenciada que de manera permanente deben hacer las empresas para conquistar los compradores que serán después conservados como clientes en un continuo proceso de satisfacción de sus más anheladas expectativas. Al amparo de este postulado que muchos “expertos” han pretendido hacer de lado, en la mayoría de los sectores económicos han surgido fuertes competidores empeñados en aprovechar la libertad y voluntad de decisión  que deben tener los consumidores para escoger la mejor opción disponible –otro postulado-.
En este sentido, en la medida en la que exista un mayor número de organizaciones empresariales que puedan presentar distintas marcas en una misma categoría de productos, los consumidores potenciales tendrán mayores oportunidades de seleccionar una de ellas y en consecuencia podrán imponer su poderosa soberanía –otro postulado-. Al lograr imponerse en el mercado los deseos –ocultos o no- de cada uno de los agentes de la demanda, los oferentes no tendrán alternativa distinta que la de respetarlos, atenderlos y servirlos de forma total y plena, so pena de verse sustituidos por las otras marcas que luchan por ganarse su preferencia.
Por el contrario, cuando por razones históricas, económicas, tecnológicas o estatales, los monopolios –cada vez menos- o los oligopolios –cada vez más- siguen ejerciendo control sobre los mercados contemporáneos, los abusos están a la orden del día sin que existan muchas posibilidades de evitarlo. Sabiéndose los “dueños” del mercado –apoyados por el Estado- toman ventaja de su dominante posición y se aprovechan de forma descarada de las debilidades que tiene el consumidor frente a la inmensidad de su poder.
De esta manera, se formulan promesas de venta que no se cumplen, se modifican las condiciones inicialmente pactadas sin consultar a los interesados, se alteran los horarios de atención por cuenta de sus propios requerimientos organizacionales, se cambian los itinerarios de viaje en razón de sus conveniencias financieras, se diseñan procesos de recaudo de acuerdo con su estructura de funcionamiento, se cobran cuotas adicionales nunca negociadas, se facturan cantidades equivocadas –siempre en su favor- que el usuario debe pagar antes de reclamar, se cobran multas cuando el consumidor no puede cumplir sus compromisos adquiridos pero no sucede lo mismo si es la organización la que los quebranta, se desprecia a los beneficiarios, se les irrespeta, algunas veces se les insulta, se les discrimina.
Aberrante situación que infortunadamente prevalece en la mayoría de los sectores de la economía nacional en los que la arbitrariedad se impone frente la vista de todos. Absurdas circunstancias agudizadas por la inexistencia de un estricto y transparente marco jurídico que al proteger de forma genuina los derechos de los consumidores, incline –o al menos lo intente- la balanza hacia el lado de los más débiles de esta funesta ecuación construida entre el sector productivo y la mayor parte de la ciudadanía.
La indefensión es de tal naturaleza que ni siquiera se tiene la opción, como existe en otras latitudes, de boicotear el consumo de determinadas marcas o de cierto tipo de productos. El control sobre el mercado es prácticamente total máxime cuando entre algunos operadores se hacen acuerdos –algunos tácitos- para someter a los mercados a sus designios y a sus particulares caprichos. Y por supuesto que el asunto es peor cuando es el mismo Estado el que viola de forma flagrante los derechos ciudadanos por cuenta del omnímodo poder que se desprende del cumplimiento de sus deberes y responsabilidades sociales.
Frente a estas vergonzosas prácticas comerciales que demeritan la esencia del marketing, solo se espera que los vientos de la tan mencionada globalización sigan soplando con ardentía para que cuando los ingeniosos y astutos competidores internacionales hagan su aparición en el escenario nacional, tengamos más y mejores opciones de ejercer la soberanía que como consumidores nos corresponde. Ojalá que cuando ello suceda los colombianos podamos reírnos a nuestras anchas, así sea de últimos, mientras que los abusivos de hoy reclaman y exigen el respeto de sus derechos. Ojalá que muchos de ellos logren despertar antes de que ese día llegue y no tengan que vivir lo que ya están padeciendo los propietarios del transporte urbano frente a la aguda competencia que desde la informalidad les han venido haciendo los mototaxistas y los bicitaxistas. Solo se cosecha lo sembrado. Y los monopolios y los oligopolios sí que lo saben.

ALFILER: Tiene uno que tener muy ignorante para decir lo que dijo el presidente del Senado de Colombia con ocasión del estado del clima del pasado 7 de agosto. ¿En qué se basaría el flamante Ernesto Macías para afirmar que haría una investigación para ver de qué manera los chamanes habían producido tanto viento y tanta lluvia el día de la posesión presidencial de su copartidario Iván Duque?, o, ¿qué extraño brebaje habrá ingerido para soltar tamaño despropósito?, o, ¿será que durante la validación del bachillerato se le fundieron las neuronas?, o, ¿creerá que todos somos tan ingenuos para creer semejante barrabasada? ¡Qué cosas nos suceden en este macondiano país!

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