Dentro de muy poco, la suerte estará echada.
El plazo se terminará y todo lo hecho, hecho estará. Llegará el momento en el
que no habrá tiempo para lamentaciones por lo que se hizo o se dejó de hacer.
Llegará la hora de la verdad para todo el esfuerzo realizado. El conteo de los
sufragios depositados en las urnas ubicadas en todos los rincones del país será
el implacable medidor del verdadero impacto de las estrategias implementadas,
de los aciertos comunicacionales de cada campaña electoral, de la calidad de
las recomendaciones formuladas por “expertos”
del marketing electoral y los “zorros”
de la política colombiana, de la capacidad de persuasión del candidato y de su
movimiento político por la justeza de su programa, de la imagen transmitida,
del posicionamiento logrado en la mente de los miembros de cada uno de los
diferentes segmentos de mercado involucrados.
Serán los electores quienes tendrán la última
palabra. El balón estará del lado de los millones de colombianos quienes, se
espera, estén a la altura de la histórica responsabilidad de llevar al congreso
y a la presidencia del país a quienes de mejor manera sean capaces de
representar sus anhelos, sus esperanzas, sus profundas desazones. El ingreso a
la cancha tendrá un solo precio, el voto; el único con el cual el
elector puede comprar el paquete de ideas promovidas por las opciones
ofrecidas, por cierto no muy ricas en contenido pero sí llenas de “sólidos respaldos” de otros y de otras
experiencias. La única arma de castigar a quienes no pudieron convencer, o el
premio para quienes fueron escuchados y atendidos sus llamados.
Y será ahí donde la decisión de cada
ciudadano va a pesar como un piano cuya melodía se escuchará por los próximos
cuatro años, sea que vote o no. Será en ese momento inédito de la política
nacional por las múltiples opciones ideológicas ofrecidas cuando más se requerirá
que si alguien decide votar lo haga a conciencia y pensando en el interés
nacional, en el incierto rumbo que nos espera a partir de los hechos más
recientes de la vida pública del país, en la edificación de un mañana donde
impere la justicia y el equilibrio social, en la construcción de un espacio en
el que quepan todos los ciudadanos, con sus diferencias, con sus formas distintas
de ver el mundo, con sus propias limitaciones.
Por ello se espera, tal vez ilusamente, que
cada elector que decida hacer valer su voto, lo haga con honestidad, sin
esguinces, sin trampas, sin marrullerías a las que tanto se ha acostumbrado el
país por cuenta de las “vivezas” a la
que muchos le apuestan sin escrúpulo alguno. Por ello se sueña que cada
consumidor electoral responda con pleno conocimiento de las consecuencias de
sus actos y el impacto de su comportamiento frente a las urnas y no se deje
arrastrar por tanto vicio criminal que parece haberse enquistado en las
prácticas electorales colombianas. Por ello se anhela que cada ciudadano con
derecho a ejercer su derecho a votar entienda que el sufragio es la única forma
de adquirir productos electorales, sanos y transparentes. Por ello se aspira
que los electores, apoyados en los postulados universales del marketing, no
repitan la compra de productos que no han servido, así como se hace cuando se
adquieren bienes y servicios que no cumplen su promesa de venta. Por ello se ambiciona
que los productos a comprar no sean los mismos que en el pasado incumplieron
sus prometidas expectativas, ya sea asegurando lo imposible con conocimiento de
causa, ya sea engañando ingenuos y despistados, o ya sea mintiendo con cinismo
y alevosía.
Ojalá así sea, para que después de esta
particular contienda electoral no surjan los eternos lamentos, como siempre, de
los errores cometidos. Las puertas están abiertas y como en un deslumbrante
centro comercial donde las luces y los expertos del marketing ejercen toda su
experiencia profesional, se espera que quien decida dejarse llevar por la
emoción y el sentimiento de patria zurcida a punta de discursos sin fondo, vote
por quien le parezca sea su mejor opción. Pero donde también se le de cabida a
cuanto transeúnte decida recorrer sus brillantes pisos sin presionarlo a
comprar bajo el cacareado argumento de negarle su derecho a no estar de acuerdo
y en consecuencia se le respete su más íntima decisión de no acudir a las mesas
electorales a escoger lo que no desea escoger, por convicción, por desidia, o simplemente
por desconfianza de un sistema que mucho le promete y poco o nada le cumple,
como históricamente ha sido la dolorosa experiencia.
Ejercer el voto sigue siendo un derecho con
el cual el ciudadano elector decide no comprar las promesas que se le ofrecen,
o, por el contrario, adquirir el paquete de esperanzas que los diferentes candidatos
le venden a diario. El voto, es el medio de pago, con el cual el elector
decide aceptar una oferta, o simplemente rechazar todas las que se le brinden.
ALFILER:
Impresionan los niveles de agresión y de tirantez que se experimentan en las
redes sociales a propósito de las futuras elecciones en el país. Los radicalismos
y los dogmatismos han imposibilitado, o al menos obstaculizado, un debate de
ideas y de propuestas que tanto necesitamos los colombianos. Se detacan las
falsas noticias, las mentiras, los montajes y sobre todo el deliberado
propósito de desprestigiar al contrincante recurriendo a los más ruines
contenidos comunicacionales. Es deplorable el escenario en el que la libertad
de expresión se ve constreñida por el temor al insulto y a la descalificación
por el contrincante –o por sus fanáticos seguidores-, tan solo por expresar una
opinión distinta. ¿Por qué será que los colombianos no hemos aprendido a
respetar la diferencia y la posición del otro? ¿Estamos condenados a vivir en
continua y permanente tensión con nuestros semejantes?. No puede ser.
http://dontamalio.com/columnistas/dagoberto-p-ramo-morales/el-voto-el-precio-en-el-mercado-electoral
Instagram:
dagobertoparamo
Comentarios
Publicar un comentario