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EL REGATEO. Dagoberto Páramo Morales

 


Seguramente para quienes todos los días asumimos el papel ya sea de compradores o de vendedores de bienes y servicios nada extraño debe parecernos hablar del regateo como una de las más tradicionales prácticas de los negocios a la colombiana. Para nadie debe ser un secreto este acostumbrado “tire y afloje” establecido entre el vendedor quien se esfuerza por “tumbar” al otro y el comprador quien hace todo lo posible por salir bien librado. Unos queriendo “darle por la cabeza” al otro y el otro a no dejarse por nada del mundo.
Al amparo de esta particular forma de negociación el juego de poder entre unos y otros es cada vez más contrastante. Se escuchan de lado y lado los más insólitos argumentos para no decepcionar a la contraparte que a su vez también se reconforta con rutinarias frases que como perorata se repite en busca de calmar la angustia y la zozobra que produce el hecho de no haber sabido negociar. De igual manera se asumen las más falaces actitudes para hacerle creer al contrincante que lo hemos dado todo y hemos quedado a su merced.
Del lado del vendedor la primera señal de regateo aparece cuando con sorna, aunque simule cierta “ingenuidad”, da a conocer el precio del bien o servicio que generalmente es mucho más alto que el del promedio del mercado. Del lado del comprador el primer indicador surge cuando hace su primera contraoferta que puede llegar a representar un escaso 10% del precio pedido. Una especie de “caña” diría el especialista del juego de cartas. Unos pidiendo casi lo imposible y otros ofreciendo también lo imposible. Tan solo buscando una brecha que se espera que en el transcurso de la negociación se reduzca aproximándolos de tal manera que terminen hasta estrechándose las manos en un acto de mutuo “agradecimiento”.
Así, sin sonrojarse siquiera unos y otros se “pelean” los espacios defendiendo cada cual su propio territorio pero siempre buscando el camino para salir adelante en detrimento de los intereses del otro. Y en medio de este “ofrezca señor” y “rebájele un poquito” emergen la astucia y la experiencia de cada cual negándose rotundamente a dar su brazo a torcer. Una relación de “gana-pierde” donde por lo general el “anclaje” inicial siempre será el más alto posible que el contrario se supone puede pagar, buscando que la pena y la vergüenza lo lleven a dar una cifra intermedia que siempre le dará ventajas al vendedor.
A pesar de ser como las dos caras de una misma moneda, pareciera como si en este juego de “toma y daca” todo se valiera. Palabras, gestos, amigables comportamientos, miradas, guiños de ojo, bravuconadas, envalentonamientos, actitudes agresivas, amagues, amenazas de abandonar el recinto, sonrisas burlonas, movimientos socarrones; todos con la firme y deliberada intención de engañar al otro y hacerle creer lo que no es, en todos y cada uno de los momentos por los que se transita. Antes de la negociación, unos y otros atentos y amables; durante la negociación, sacando argumentos por doquier y después de la negociación, mostrándose como una víctima de la “viveza” del contrario. De una u otra forma, en un vaivén que no parece terminar ni siquiera cuando uno se va y el otro se queda mascullando vocablos casi siempre incomprensibles. Sonreír, molestarse, intentar irse, ofrecer rebajas y “rebajitas”, poner a supuestos competidores como ejemplos de menor precio, parecieran ser los verbos de mayor conjugación en esta imborrable forma de asediar al comprador y de dejarse seducir por el vendedor.
Expresiones como “no me gano ni un pesito”, “me sale al costo”, “no me queda nada para mí”, “con esta venta me persigno”, “le doy este precio porque usted es un cliente muy especial”, se escuchan por doquier de parte del vendedor quien ante los ojos del comprador pareciera ser quien se ha llevado la peor parte. En tanto del lado del comprador se oyen los “no tengo más plata”, “no me dieron más”, “mi esposo se molesta si lo compro a ese precio”, buscando también que el vendedor crea que su contrincante lo dio todo en su favor.
Este es el regateo inscrito en la forma de negociación “tradicional” que contrasta vivamente con la “moderna” –gana-gana-, donde se asume que cada parte cede todo lo que puede en función del bienestar de los involucrados buscando siempre la solución de las diferencias encontradas entre unos y otros. Heredado de nuestros antepasados, el regateo ha estado siempre y seguramente seguirá estando mucho más en boga dadas las trágicas circunstancias económicas que hemos venido padeciendo en este adorable país del Sagrado Corazón de Jesús.

ALFILER: ¿Desde cuándo los funcionarios públicos embisten a las cámaras de televisión como si estuvieran en plena corridas de toros? Qué desvergüenza la de este tolimense Saúl Cruz, subsecretario del Senado, ideándose falsos positivos contra el periodismo. Peor la del presidente del Senado, Mauricio Lizcano, abriéndole micrófonos para redondear la farsa y pedir una investigación contra el camarógrafo.



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